Vacaciones en Pandemia: niños atrapados en la crisis que también los abruma

Las inexistentes políticas públicas que garanticen la recreación durante la crisis por la COVID-19 solo empeoran la situación de niños, niñas y adolescentes que deben lidiar con la inestabilidad y los problemas económicos en sus hogares

Adrián* camina sin rumbo de una esquina de la acera a la otra. Se cansa de deambular y se recuesta a la reja de la casa sacando de la cholita tipo Cross un pie para sentir lo caliente del suelo mientras se chupa el cuello de la franela. Mira a la gente que pasa por la calle, saluda a algún tío que le grita que pida la bendición y se entretiene escuchando alguna conversación ajena.

Cambia de posición, se sienta en el borde de la acera. Mueve una piedra con un palito que encontró en el suelo. Bosteza, se pone las manos en la cabeza y la mete entre las piernas. Se levanta de nuevo y repite todos los movimientos hasta que lo vence el hastío y grita a todo pulmón:

– ¡Estoy aburrido!

Es 20 de julio y las vacaciones para quienes estudian en colegios públicos en Venezuela acaban de empezar. Pero, estas no son unas normales: es el segundo año en pandemia, el segundo que los niños superan, o no, un nivel educativo con clases a distancia desde una computadora o teléfono y sin contacto con sus maestras o compañeros de clases y el hastío a cuestas que pesa un poco más.

Adrián pasó la mitad del año escolar en San Casimiro, una población del estado Aragua en el centro del país, en la que vive, pero en febrero se mudó por unos meses a Guárico cuando su madre llegó de Colombia y se lo llevó a pasar tiempo con ella. Allá las tareas no eran lo más importante, porque había cosas por descubrir, por hacer, animalitos por conocer, parajes por visitar.

Pero, en junio volvió al pueblo para ponerse al día con la escuela y terminar el curso de 3er Grado.  Las tareas se acumularon porque las faltas de luz, las idas y venidas del internet, los problemas con la señal telefónica en el pueblo y la necesidad de acompañar a su abuela a hacer alguna compra o buscar agua fueron muchas y muy seguidas.

El segundo grado lo hizo en Colombia porque su familia decidió irse a probar suerte allá, pero no les fue muy bien, así que volvieron. Por eso Adrián ha pasado los últimos dos años en viajes que parecen vacaciones perennes, en peregrinajes que no terminan y que lo han obligado a reajustarse a realidades distintas una, dos y hasta tres veces, con tan solo ocho años de edad.

Sin embargo, él cumplió. Adaptó la desordenada agenda de su vida para culminar esta etapa y avanzar al 4to grado. ¿Cómo lo hizo? Supliendo la ausencia de un tutor y de compañeritos con los cuales socializar en tareas dirigidas intermitentes.

Las aulas de clase cambiaron por las salas de maestras del pueblo que decidieron llevar adelante la enseñanza de los niños en sus propios hogares y convertir sus comedores en los patios improvisados en los que estudiantes de preescolar y básica comparten juegos, meriendas y conversaciones.

Así llegó Adrián a las vacaciones de 2021: cansado de la itinerantica y aburrido por sentirse solo y sin un lugar al que pertenecer. En la inestabilidad económica y social venezolana, aumentada exponencialmente por la llegada de la COVID-19, la de Adrián es una vida que se repite en muchos hogares venezolanos que han debido reinventarse constantemente para sobrevivir y en los que la rutina y la estabilidad quedaron atrás.

Encierro y ansiedad

De acuerdo con una encuesta realizada a 8.444 niños, niñas y adolescentes por Unicef en los primeros meses de la COVID-19, la depresión y la ansiedad fueron las emociones más expresadas por este grupo y la situación de encierro generó que uno de cada dos niños sintiera menos motivación para hacer actividades que normalmente disfruta.

Adrián no sabe lo que es tener ansiedad y si se lo preguntan ríe y sale corriendo. Pero, desde que empezó la pandemia, cuando no hacen las cosas como a él le gustaría, cuando siente que pierde algún juego o al decir que está muy aburrido, se llena de ira o rompe en llanto.

Wendy Sumosa, psicóloga clínica especializada en niños y adolescentes, apunta que depende del entorno familiar la manera en que se sobrelleva la crisis derivada de la pandemia. En la medida en que las circunstancias son más desfavorables en el hogar y el contacto con otros pares está restringido se vuelve más compleja la adaptación, explica la experta.

La psicóloga detalla que los efectos del encierro, la falta de sociabilización y de recreación, incluso podrían tener repercusiones a futuro, pues inciden en los hábitos y en la formación académica y familiar de los niños y niñas.

Para este niño la diversión está limitada a las pantallas, cuando en casa hay alguien con un teléfono inteligente o cuando hay algo bueno que ver en la televisión. Antes practicaba fútbol en una escuelita local que se mantuvo en pandemia, pero su inestabilidad en casa le impidió continuar con el deporte.

El derecho a la recreación en pandemia ha sido una deuda pendiente, tal como lo refiere Carlos Trapani, coordinador general de Cecodap. Para el especialista y defensor de derechos en la infancia y adolescencia, la pandemia que implicó un encierro prolongado que incluyó el cierre de escuelas, plazas y parques, aminorando la posibilidad que tienen los niños del deporte, el esparcimiento y el juego.

“Los niños se han limitado a vivir en cuatro paredes y el mayor esparcimiento está relacionado a pantallas o aparatos tecnológicos. Y como pasa en la educación se incrementan las brechas y las desigualdades, el que tiene posibilidades de recursos tiene mejores oportunidades que el que no”, aclara Trapani.

Trapani expone que la recreación va más allá de ir a un parque a jugar. “La recreación implica romper la rutina, tener satisfacciones inmediatas, que el niño pueda tener experiencias sensoriales y, a través de la recreación y el juego pueda explorar sus cinco sentidos. Implica tener contacto con otros, que sea innovadora, creativa, voluntaria, libre de peligro”.

Pero, lamentablemente son escasas las condiciones para que lo anterior se garantice. Cecodap no ha identificado desde el Estado políticas públicas para garantizar este derecho en contexto de pandemia. “La recreación es la gran olvidada como derecho dentro de las políticas públicas”, apunta Trapani.

Y esto se ve en niños como Adrián que se encuentran en el interior del país con servicios públicos aún más carentes y sin la posibilidad de recrearse, al menos desde las nuevas tecnologías. A los pueblos tampoco llegan las posibilidades de encuentros vacacionales o cursos presenciales con pocos participantes que ahora se abrieron en la capital con la flexibilización tácita de la cuarentena.

Las vacaciones de Adrián transcurrirán en esa misma acera, frente a su casa, desde donde ve pasar el mundo y repite una y otra vez: “Estoy aburrido”.

*Nombre cambiado para proteger la identidad del niño de la historia

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