El desinterés, producto de la desinformación y las noticias falsas, reina en las barriadas de Petare. Allí, los vecinos están pendientes de sobrevivir al día a día, no de las decisiones que emanan desde el poder. No importa si eres rojo o azul, la política no tiene cabida. Al menos hasta que llega la bolsa del Clap
Cuando Candelaria, la jefa del consejo comunal, mandó la nota de voz por WhatsApp, las luces de las casas se encendieron de inmediato. Entonces, desde el balcón pude ver a los vecinos bajar soñolientos, como en una procesión, como si fueran un ejército hipnotizado al servicio de la revolución.

—Buenas noches, compatriotas. Las bolsas acaban de llegar a la zona. Los que deseen retirarla ahora mismo, pueden hacerlo en la entrada del callejón. Los que no, les tocará buscarlas en la mañana en mi casa.
El reloj marcaba las 12:05 de la medianoche del 6 de diciembre. Faltaban 5 horas y 55 minutos para que las mesas de las elecciones parlamentarias convocadas por el Gobierno madurista fueran abiertas oficialmente.

En mi casa nadie participaría en ese proceso electoral, pero muchos vecinos sí habían manifestado su deseo por votar, a pesar de que conversábamos con ellos acerca de las escasas garantías que empañaban los comicios.
Aún así, decidí bajar a buscar la bolsa del Clap, que no venía desde hacía meses. Cuando llegué a la entrada, vimos, como era habitual, a todos los vecinos rodeando las bolsas de comida. Callados, sin opinar, recogían y firmaban.
—Mañana recuerden el compromiso con la patria—repetía una y otra vez la señora Candelaria, quien con sus hijas se encargaba de entregar las bolsas.
La gente asentía con la cabeza y se alejaba. La mayoría no hacía comentarios políticos frente a Candelaria. Pero el señor Benito no se detuvo y, cuando ya estuvo lejos de que lo escuchara la vocera, le dijo a su vecina Mayerlin:
—Ese loco piensa que con las bolsas ganará las elecciones. ¿Tú vas a votar?
—No, yo lo que estoy rogando es que la bolsa traiga azúcar —le respondió ella. Hizo caso omiso al comentario político para no verse perjudicada con la comuna. Estaba ansiosa por el contenido de la bolsa. En medio de la oscuridad, y a pesar de haber pagado por la comida, no lograba identificar lo que traía en sus manos. Hasta ese punto llega la desinformación en Petare.
Al llegar a su casa, abrió la bolsa. No trajo azúcar. Sólo había siete arroces, tres harinas, dos pastas y un aceite. Ahora menos tenía intenciones de votar.

Trasnochados después de las fiestas del culto a Santa Bárbara y después de la nota de voz de la junta comunal para recibir la bolsa, los vecinos de Petare se levantaron la mañana del domingo 6 de diciembre dispuestos a seguir la parranda.
¿Elecciones parlamentarias? No. Aunque estaban enterados, por la vasta campaña de propaganda en televisión, la mayoría era indiferente a los asuntos públicos, a toda la política en general. Estaban hartos, cansados de tantas promesas rotas, de discursos vacíos y compromisos incumplidos.
La última vez que Mercedes votó en unas elecciones fue, precisamente, hacía 5 años: el 6 de diciembre de 2015. Recuerda con melancolía que, aquella noche decembrina, durmió con una sonrisa en los labios, pensando que les había salvado el futuro a sus nietos. Pero, en menos de un año, el Parlamento había sido noqueado por los otros cuatro poderes gobernados por Maduro y, aunque ella estaba muy lejos del poder, sentía los estragos de una crisis en el estómago. Para ella, lo peor fueron las colas por el pan.
“Los años 2017 y 2018 fueron los peores de mi vida. Casi no comíamos carne en la casa, teníamos que ingeniárnosla para poder darle de comer a los niños”, cuenta con pesar. Desde entonces decidió no creer en ningún otro político. Dice con tono jocoso: “Yo estoy con Gómez, el que no trabaja no come”. Algo similar piensa su vecino Enrique, habitante del sector: “Ni con votos ni con protestas, a esta gente no la saca nadie, así que uno resuelve como puede”. Él tiene 65 años, es pensionado. Nunca imaginó su vejez así.
Ese no es el caso del señor Evencio, quien confía en que la participación en las elecciones es crucial para solucionar la crisis. “Soy un demócrata, siempre he votado y no me detendré ahora. Quien no vota no tiene derecho a quejarse”. Se considera opositor a Maduro y por eso votó en su contra. Cuando le pregunté acerca de los partidos intervenidos y sobre las garantías de las elecciones parlamentarias, admitió no estar enterado sobre eso. Dijo que ya no lee prensa, que sólo ve los canales de televisión nacional y ya.
Petare es el reino de la incertidumbre. Sin conexión a internet estable, el uso de las redes sociales desde de los teléfonos inteligentes se convirtió en un lujo. No todos lo pueden pagar. Y es que, aun siendo cierta, la información que circula por WhatsApp se tergiversa a tal punto que, cuando llega a los oídos de quienes no poseen el aparato, contiene detalles que escapan de la versión original. Eso cuando no es una noticia falsa o un rumor sin remitente conocido, lo usual en tiempos de campañas electorales.
La gente del barrio, aunque no busca informarse por televisión porque la indiferencia hacia el poder impera, consume el contenido que se emite por esa vía. Elisa conoce la mayoría de los mensajes propagandísticos que se han transmitido por los canales nacionales acerca de la contienda electoral. Diariamente, los observa con cautela esperando la novela de las 10 pm. “Estoy viendo la repetición de La mujer perfecta. Es la única distracción que tengo. Ah, claro, cuando Maduro no encadena o no pasan el debate ese”.

Elisa se refiere a los debates que se transmitieron durante las semanas previas a la elección y que pretendían mostrar las diferencias entre los candidatos a diputados. La parrilla del canal era interrumpida para que la gente pudiera hacerse una opinión acerca de la contienda, sin embargo, la mayoría apagaba el aparato. No querían saber nada de políticos, pese a que, hace 22 años, ese mismo espíritu de la antipolítica llevó a un outsider al poder ante una decepción similar: “No queremos más políticos corruptos”.
La diferencia era que, entonces, el acceso a la información era diferente, y, a pesar del discurso de la antipolítica imperante, la gente podía hacerse una opinión propia. Por eso, en medio del caos, algunos petareños añoran los tiempos del bipartidismo. Elisa cuenta que con los partidos Acción Democrática y Copei, la situación era distinta: “Ni Carlos Andrés ni Caldera se metían en mi casa como Maduro, ni siquiera puedo ver la novela, la otra vez encadenó porque cumplía años. Ajá, ¿y eso a mí que me interesa?”.
Esa misma noche, la del 23 de noviembre de 2020, 16 niños desaparecieron por 48 horas en alta mar, después de que el gobierno de Trinidad y Tobago los deportara de las islas hacia Venezuela. Elisa no se enteró de eso. Ella, al igual que muchos otros habitantes de las barriadas de Petare –y de toda Venezuela–, están disociados de la realidad, de su presente y de su pasado. La desinformación altera el reconocimiento propio, genera desinterés por lo que está fuera de su entorno. Para ellos, lo más importante es sobrevivir.