Se marcharon de Venezuela por la crisis económica y regresaron al huir de las secuelas financieras de la pandemia en Colombia. No se conocen, pero sus vidas son similares en la partida y en la vuelta
“Estaremos contagiados”, “podremos entrar” era parte de las preguntas al regreso, por la información y desinformación recibida en el largo camino
El uso de WhatsApp les despejaba el largo camino y sembraba dudas a la vez
Los tres fueron migrantes. Los tres son retornados. Los tres son una estadística, de ida y de vuelta.
Milagro Carillo, Handy Soto y Jairo Roa, tal vez nunca se conocerán, aunque sus historias son similares. Salieron de Venezuela, con el estatus de migrantes. Huyeron de la crisis. Buscaban nuevas vidas, en la vecina Colombia.
Ahora los tres regresaron con el título de retornados. La situación económica de la que huyeron no fue superada. Esta vez escaparon de la pandemia del coronavirus y las secuelas económicas.
Milagro, Handy y Jairo son solo tres dígitos de los 4,5 millones de venezolanos que han migrado de Venezuela, arañando mejores oportunidades, según los recientes datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Ninguno volvió contagiado del temido COVID-19; para descartarlo fueron sometidos al protocolo impuesto en Venezuela, en medio de temores de ellos y por ellos.
“Toda Venezuela va a cuarentena”, declaró en alocución por radio y televisión, el 16 de marzo, Nicolás Maduro. Este anuncio les volvió a trastocar la vida, aunque no lo escucharon, ni leyeron ese día.
“Nos vamos a buscar un futuro”
Milagro Castillo, de 30 años de edad, su esposo y dos hijos, partieron del estado Portuguesa hace dos años.
Castillo fue una de las miles de personas que migraron a pie. Cruzó durante 12 días parte de Colombia, desde La Parada – primer poblado fronterizo con el Táchira – a Medellín.
“Acá en Venezuela no tenía buena situación económica. Los niños pasaban hambre”, comenta, al recalcar que los 30 mil pesos al día que ganaba en la estación del metro de Medellín, vendiendo frutas, le alcanzaban para alimentarse y pagar arriendo.
Casi 1.800.000 venezolanos se encontraban viviendo en el vecino país a principios del año 2020, según cifras de Migración Colombia.

El 4 de enero de 2020, Handy Soto Chacón también salió de La Parada con destino a Bogotá. Lo hizo en autobús. Llevaba sus contactos laborales, y el 7 comenzó a trabajar, que era el fin por el que se marchó de El Piñal, municipio Fernández Feo del Táchira.
Estaba conforme con su trabajo de pegar cerámica. Los pesos que devengaba le alcanzaban para mantenerse y enviar algo de dinero a su familia.
Jairo Adolfo Roa Rico, tiene 28 años, es profesor de música egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, en Rubio, municipio Junín.
La mala situación económica, a principios de 2019, lo hizo tomar nuevos rumbos. Cruzó la frontera y en autobús, después de 18 horas, llegó a Bogotá. Consiguió trabajo rápido en su especialidad.
El 28 de agosto de 2018, en una alocución por radio y TV, Maduro textualmente dijo: “Les digo a todos los (venezolanos) que quieran regresar del esclavismo económico, de la persecución y del desprecio al que son sometidos, luego de que los invitaron a irse a otros países, a esos venezolanos y venezolanas, les digo dejen de lavar pocetas (inodoros) en el exterior y vengan a vivir la patria”.
Milagro, Handy y Jairo no lavaron pocetas. Tampoco se sintieron esclavos, atajan. Ninguno de los tres escuchó al día esta opinión, supieron de ella después, gracias a las bondades de Youtube y a las cadenas vía celular.

¡Hagan sus maletas, hay que regresar!
Los primeros casos de neumonía detectados en Wuhan fueron reportados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre el 12 y el 29 de diciembre en Wuhan, China. La pandemia fue declarada el 11 marzo de 2020.
Milagro Castillo, si bien había visto algunas noticias por la televisión colombiana, no le prestó atención. “Eso es en otros países”, llegaron a pensar. Cuando el coronavirus toca puertas en Colombia y declaran la cuarentena, comenzó a sentir las consecuencias: menos ventas.
El 19 de junio decide regresar. Tenía comunicación vía WhatsApp con la familia venezolana. Le advertían lo que pasaba en Venezuela: la frontera está cerrada. Hay muchos problemas. No quieren dejar entrar a contagiados. Palabras leídas más no procesadas.
El recorrido lo hicieron tres muchachos –aumentó uno en Colombia– y los padres, junto a una carretilla con ropa y algunos alimentos que lograron reunir. Como se fueron, retornaban: a pie.
Hubo cansancio. Depresión. Miedo. El destino final era llegar a la frontera venezolana y seguir a Portuguesa.
Los acontecimientos, no de la pandemia, pero sí de lo que ocurría en la frontera colombo-venezolana, los seguían vía WhatsApp, donde había señal. Por lo general eran comentarios de familia y algunas noticias de los medios de comunicación on line.
Con una semana de diferencia, Colombia y Venezuela cerraron fronteras, en la segunda mitad del mes de marzo. En el caso venezolano, selló totalmente el paso peatonal por los puentes binacionales, que es el único operativo desde 2015.
–El patrón decidió parar y duramos un mes largo, encerraditos y cuidándonos –recuerda hoy Handy Soto Chacón desde su hogar en El Piñal, estado Táchira–. No tuvimos más trabajo. Decidí volver el 13 de abril.

El viaje en reversa lo hizo en vehículo. Varias personas contrataron un autobús, desde Bogotá hasta la frontera, entre el Norte de Santander y el estado Táchira.
Aunque Soto sabía que cruzar a Venezuela resultaba complicado, no imaginaba cuánto. “Rezagados en La Parada esperan poder ingresar a Venezuela”; “Angustia en la frontera: Suspenden nuevamente el paso organizado hacia Venezuela”, eran algunos de los titulares de prensa, ante el tumulto y los desórdenes que se formaban para que los venezolanos entraran a su país, bajo la sospecha de estar contagiados.
“Mi esposa, desde El Piñal, me iba informando vía telefónica lo que ocurría en el Táchira con el coronavirus. Y lo que más me preocupaba era no poder ingresar por la frontera y que pensaran que yo venía contaminado”, recuerda desde la tranquilidad de su hogar.
El día de su cumpleaños, 23 de abril, Jairo Adolfo Roa Rico salió de su apartamento para retornar a Venezuela. Decidió volver ante la falta de ingresos. Nadie contrataba a músicos por la cuarentena.
Había seguido los últimos días, con mayor atención, los medios de comunicación audiovisuales de Colombia que le dedicaban bastante espacio a la pandemia. Por lo escuchado y lo vivido sabía que debía volver a su Ciudad Pontálida.
Junto a cientos de venezolanos, unos 350, emprendió el retorno por autobús. Se les presentaron problemas en las vías. La espera se extendió por cuatro días, pero los pasajeros recibieron la solidaridad de los vecinos de esa localidad. Les dieron alimentos, bebidas y gel antibacterial. No hubo discriminación ni xenofobia.
Las ganas de llegar a su país unían a Milagro Carillo, Handy Soto y Jairo Roa. Aunque regresaban por las secuelas de la COVID-19, la razón de fondo era por un problema económico. Ni del coronavirus hablaban en el camino. Ni pensaban en posibles contagios.
De forma voluntaria, unos 90 mil venezolanos han dejado el territorio colombiano por la pandemia, según los últimos datos de Migración Colombia. 76 % ha salido por el puente binacional Simón Bolívar, que une al Táchira con Norte de Santander.
Por la zona fronteriza del Táchira “han entrado más de 85.000 connacionales”, es una de las últimas cifras ofrecidas por el Gabinete de Comunicación, Telecomunicación y Cultura del Protectorado.

Pandemónium, infodemia y tranquilidad
Luego de un viaje de semanas, Milagro y su familia llegan al primer punto de espera: La Parada. Allí, la cuarentena del resto de Colombia parecía no existir.

Ruido, quejas, movimientos, ventas, y hasta protestas, caracterizaban a esta zona. Milagro y su familia construyeron, con bolsas, una especie de “cambuche”, que los protegió durante 10 días.
Las medidas preventivas contra la COVID-19, aunque se recordaban, no se cumplían. Y el temor llegaba.
––Será que nos contagiamos, será que podremos entrar–– fueron pensamientos en el clan familiar de Castillo, al escuchar de otros en el sitio lo que decían las cadenas de WhatsApp, del aumento de casos en los retornados.
En La Parada la infodemia, es decir, la cantidad excesiva de información sobre la pandemia estaba presente. Cada persona tenía algo que aportar sobre el tema, gracias a WhatsApp. Por lo menos en la larga fila de retornados, uno por grupo tenía en su poder un teléfono inteligente. Confiaban en lo que las familias le advertían o recomendaban. También se divertían con los abundantes memes sobre el virus.
De vez en cuando alguien, en el pandemónium en La Parada, gritaba: no pasarán. Hay muchos contagiados. Con estas palabras aumentaba el temor.
Por fin ingresan a su patria, por San Antonio del Táchira, al primer punto de control. Les dan arepa con mortadela, que les supo a casa. “Esperamos casi todo el día. Nos hicieron la prueba rápida. Salimos negativos. Nos pusieron vacunas. Nos pasaron al terminal. Duramos allí 4 días”.

El combo familiar de Milagro fue trasladado a uno de los Puntos de Asistencia Social (PAS).
La presencia de los retornados o connacionales, como prefiere llamarlos el Gobierno nacional, transformó a todas las escuelas y centros amplios de San Antonio del Táchira y Ureña en centros de aislamiento. Con ellos nació una nueva codificación fronteriza: PASI, PASIE, PASIMI, PAS y PASIC.
El Gobierno nacional prefirió llamarlos connacionales, en vez de retornados. La presencia de venezolanos de regreso generó pánico donde instalaban los PAS. Muchos pensaban que todos llegaban contagiados. En abril y mayo fueron pocos los que dieron positivo a la COVID-19. Hubo conatos de protestas contra los retornados y también amenazas de prisión a quienes las propiciaran.
El siguiente paso de Milagro fue el Punto de Asistencia en la escuela de El Palotal. Allí la situación cambió, había más “comodidad” para la familia, comenta desde el sitio. Y luego de la cuarentena obligatoria la trasladan a su estado. No tiene entre sus planes volver a migrar.
Hoy en día Milagro piensa que no todo lo escuchado o leído era cierto. No fue estigmatizada, como lo llegó a pensar por ser una retornada. No fue contagiada.
Handy Soto, al pisar San Antonio del Táchira, el 14 de abril, fue trasladado al terminal de pasajeros, donde estuvo 4 días. Debían estar aislados, según les repetían a quienes intentaban protestar. Las condiciones no eran las mejores, por el cúmulo de personas. “Todos estábamos así, uno encima del otro”, aunque se insistía en el distanciamiento social.
Las pruebas rápidas dieron negativas. Al cuarto día les dijeron que cada persona se iba a su municipio. Soto se alegra de haberse venido a tiempo.
“Siempre estuve enterado de lo que sucedía. Donde tenía cobertura de datos, mi esposa me tenía al tanto”, argumenta Soto al precisar que en El Piñal completó 8 días más de cuarentena. Hubo más pruebas y más resultados negativos. No descarta volverse a ir, cuando llegue la normalidad, comenta.
Jairo Roa, después de sortear tropiezos de movilización, llegó a Cúcuta. Debió pasar la noche en Migración Colombia, donde le proporcionaron un kit de alimentos y colchonetas. No hubo control sanitario.
Al día siguiente cruzó el puente binacional, para pisar territorio venezolano. Le aplicaron la prueba rápida. Marcó negativa.
En el terminal de San Antonio el caos era generalizado. Había un aproximado de 900 personas, hombres, mujeres y niños abarrotaban el lugar, sin las mínimas condiciones sanitarias ni medidas de bioseguridad. No había agua por tubería y todo el sitio estaba colapsado. A Jairo, al igual que a todos, le tocó dormir en el suelo. No deja solo ni un momento su bien más preciado: el instrumento musical.
Al otro día lo llevaron al PASI de “El Palotal”, donde mejoraron las condiciones. Durmió en colchoneta. El desayuno era arepa con atún, el cual reaparecía en el almuerzo o la cena, con pasta, arroz o lentejas.
Permaneció en PASI cuatro días y, cuando pensaba que ya iba para su casa en Rubio, los trasladaron a cumplir diez días de cuarentena en la sede del IDT en San Cristóbal. Al transcurrir el período requerido lo llevaron hasta la alcaldía de Rubio, donde le indicaron que debía presentarse ante los líderes de calle para evitar denuncias por parte de los vecinos o cualquier acción de rechazo. Así lo hizo y, al fin, pudo abrazar a sus seres queridos, especialmente a su abuela, que padecía cáncer terminal.
Roa recibió en su celular muchos de los 361.000.000 videos que en YouTube han circulado con la categoría COVID-19. Tomó lo que consideró le informaban sobre la pandemia, la prevención y los que hacían referencia al paso binacional.
Los tres, en el lugar de aislamiento, escuchaban hablar de los “trocheros”, palabra esta que no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, aunque ahora es muy popular para hacer referencia a las personas que cobran para pasar por las trochas —hay más de 46 pasos ilegales entre el Norte de Santander y Táchira— sin papeles y sin cumplir cuarentena. Se alegran de haber pasado legalmente.
A esta hora, Milagro está en Acarigua; Handy en El Piñal, y Jairo en Rubio. Cada uno busca reacomodos, luego de retornar.
Los tres siguen las noticias sobre la pandemia a través de sus celulares, pero de manera más confortable y no en los vaivenes de las calles y carreteras.
Ellos son tres dígitos de las más de 90 mil personas retornadas en la pandemia de 2020.