Más allá de las Fake News, los contenidos falseados como componentes de la desinformación en Venezuela

En Venezuela, la mordaza estructurada y la manipulación tarifada conforman un caldo de cultivo para la desinformación y la circulación de rumores, donde, por supuesto, la posibilidad de desmentir contenido falseado disminuye en medio de la peor Internet del continente americano y una población que no cuenta con derecho a la libertad de comunicación

León Hernández

Periodista, profesor universitario, investigador del Centro de Investigación de la Comunicación de la Universidad Católica Andrés Bello, coordinador del Observatorio Venezolano de Fake News, miembro de la cohorte 2016-2017 del programa Next Generation Leaders del McCain Institute de la Universidad de Arizona.

Revisemos un poco los términos, el sustantivo “news” y el adjetivo “fake” antes de ir a la materia. El anglicismo Fake News, si se traduce de manera literal, refiere a noticias falsas. No obstante, tal traducción parece muy incompleta e imprecisa si se visualizan los usos dados a las palabras fake news en la narrativa que se ha levantado sobre cómo contrarrestar su poder en la opinión pública por parte de periodistas y expertos de otras disciplinas.

Estas palabras también están de boca en boca de los ciudadanos para describir cuando un mensaje que se recibe en redes es falso o tiene la intención de manipular. Su uso no solo alude a la mera noticia falsa o a una partícula informativa comúnmente asociada al trabajo de periodistas, sino a además todo aquello que, sea mensaje falseado por usurpación de usuario, institución o empleo pirata de logos de empresas para engañar sobre un producto, haya sido transmitido en Twitter, Facebook, WhatsApp o Instagram.

Se aprecia, entonces, que la significación de los términos “fake news” se ha redimensionado, laxa  en la anchura de las mentiras que se han puesto a rodar y que ya sobrepasan los límites etimológicos propios a esta expresión, también traducible al español con el término “bulo”.  En honor a delimitar correctamente la dimensión de este fenómeno es preciso retornar a lo conceptual en búsqueda de mayores precisiones etimológicas, al menos en español.

En primer lugar, a lo que se alude no se trata realmente de meras noticias falsas, las cuales han rodado por diversos medios de comunicación desde sus inicios, pues la mentira no ha escapado históricamente de la cosa pública, de los asuntos vinculados con el poder político, la propaganda y las diferencias ideológicas.

Pongamos un ejemplo: un funcionario puede declarar a vox populi sobre un determinado tema y mentir. En ese caso, un periodista redacta la nota y refleja la declaración y en ese caso la noticia es falsa de origen y de eso trata, falsa desde el hecho comunicacional del habla del portavoz que intenta incidir en las creencias de la sociedad a la que se dirige, mintiendo de frente y produciendo una noticia falsa.  Se trata de una mentira en el discurso público, no una fake news, no una que aluda a lo que se ha tomado como tal en tiempo reciente, no una que se adapte al concepto que David Lazer y Matthew Baum (2016) publicaban en la revista Science, definiendo el término como: “información fabricada que imita noticias y contenidos de medios de comunicación social en cuanto a su forma, pero no en su proceso organizativo o intención”. La noticia es falsa, por la declaración del funcionario, no porque haya sido manipulado el hecho por el escritor de la nota.

Entonces, la descripción en español más adaptada para darle adjetivo a una noticia con las características descritas por Lazer y Baum sería el término “falseada”, no falsa, pues se trata de algo creado imitando noticias que sí siguieron estándares deontológicos del periodismo, pero que no tiene como fin informar, ni siguió los lineamientos éticos para hacerlo.

Bajo la premisa de que se manipula con un contenido pseudoperiodístico que pudiera ser creído por ser imitativo de una noticia real, el adjetivo a emplear tampoco debe ser “falsificada”. Acudamos a la Fundación del Español Urgente (Fundeu), que recomienda que se emplee el verbo falsificar cuando se hable de la acción de hacer una copia fiel de un documento u objeto para que pase por auténtica, como el hecho de falsificar un billete. En cambio, falsear se usa para referir a “transformar la realidad de algo”. Metafóricamente, en este caso, el billete falseado podría contar con elementos similares a una impresión de la casa de la moneda, pero tendría una alteración en los símbolos del billete, o sería correspondiente a un cono inexistente, pretendiendo que el usuario crea la existencia de un símbolo nacional o estandarte que no existe para tal nación.

Pero, esto que se detecta como fake en redes ¿realmente se trata de un una mera “noticia”? En el Observatorio Venezolano de Fake News ha quedado evidenciado que en el país las partículas de contenidos que se transmiten no responden a noticias falseadas, pues muchas de ellas no son “noticias”. Se han reportado mensajes forjados de ciudadanos con identidades usurpadas o ficticias por audios y/o texto; diagramación de supuestos comunicados de instituciones con uso indebido de logos y estilos asociados a la imagen del organismo en cuestión; entre otros. Esto va más allá del vocablo “noticia”, relativo a la transmisión, oral, escrita o audiovisual, de un hecho o suceso. Se falsean declaraciones, opiniones, comunicaciones en general.

Podría, entonces, apelarse a algo común en todas las comunicaciones, noticias y mensajes falseados. Todas tienen un contenido, una idea con la cual atrapar la emoción de un ciudadano, para hacerse  viral. Podríamos afirmar que “contenido falseado” podría considerarse entre los términos más correctos a considerar, para aludir a lo que hoy es llamado “fake news” –entendidas como contenidos con distorsiones de lo real, a través del empleo de estrategias de propaganda, manejo parcial de la verdad, uso de pseudociencia, descontextualización, usurpación de identidad, o errático manejo y/o tratamiento de información sensible–.

La ceguera empujada al abismo

En Venezuela, la mordaza estructurada –acciones institucionales para menoscabar la libertad de expresión por medio de un alineado uso político de los poderes Judicial, Legislativo y Ejecutivo, que incluyen severas restricciones a la información pública y el silencio de funcionarios en materia de rendición de cuentas–; y la manipulación tarifada –toda la maquinaria de propaganda en los medios del Estado y el chantaje y presión sobre medios de señal abierta que moderan la cobertura y tratamiento informativo en pro de un comportamiento editorial conveniente– conforman un caldo de cultivo para la desinformación y la circulación de rumores, donde, por supuesto, la posibilidad de desmentir contenido falseado disminuye en medio de la peor Internet del continente americano y una población que no cuenta con derecho a la libertad de comunicación.

Recientemente, al publicar su desmentido, el Observatorio Venezolano de Fake News disminuía el impacto de un contenido falseado sobre la supuesta quema de un venezolano a manos de peruanos. El fake en realidad trataba de un video, que fue descontextualizado, del linchamiento de dos supuestos delincuentes en Guatemala, ocurrido en marzo de este año. Aludiendo al repudio a la xenofobia y al nacionalismo,  el audiovisual ya era pasado como cadena de WhatsApp y entre los comentarios recibidos al enviar el desmentido estuvo que tal pieza ya invitaba a algunos a organizarse contra la presencia de peruanos en Venezuela en busca de retaliaciones. Estos laboratorios de mentiras no solo distraen, manipulan a la vulnerable opinión pública del país, en un público carente de vías rápidas de confirmación de formación.

Similares bulos corrieron en momentos de apagones, en materia de supuesta prevención, con uso de pseudociencia en el manejo preventivo de incendios. Las temáticas varían en estos casos. El aspecto económico, con supuestos aumentos de pensiones para personas de tercera edad, también impulsan la frustración y el descontento.

Antes de compartir un contenido que le parezca sorprendente cumpla primero unos pasos dialógicos. ¿Quién el autor?, ¿realmente diría o expresaría lo indicado? ¿Está en redes sociales del organismo y usuario?, ¿cuáles medios digitales de su confianza replicaron el contenido? ¿Ha sido reportado anteriormente como fake news? No basta ya con solo excluir los textos que vienen mal escritos con diagramación periodística. Revise bien la supuesta comunicación de un vecino, la foto o video sobre algún supuesto hecho ocurrido en el país también podría haber sido sacada de contexto. A pesar de la opacidad de la información oficial, intente verificar las fuentes estatales sobre el tema.

Cultivemos una cultura de credibilidad en nuestras comunicaciones.

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