Parece contradictorio, pero es una enorme realidad. En una época de la humanidad en el que el desarrollo acelerado de la tecnología, ha permitido crear herramientas nunca vistas para facilitar los procesos de comunicación, vemos, en vivo y directo, cómo la desinformación afecta en gran medida a amplios sectores poblacionales del país; pero, más especialmente, a los más vulnerables. Es decir, a los sectores populares de más escasos recursos. Y el daño que causa la desinformación en materia política, económica y social es abismal y trae consecuencias muy negativas para efectos de lo que debería ser la convivencia democrática.
Venezuela pareciera ser un experimento de laboratorio en materia de desinformación. Los medios de comunicación tradicionales han sido cooptados por el gobierno para que no reflejen la realidad cotidiana del país.
Resulta insólito, pero tal cual es, que mientras se producen eventos duros que podrían encabezar cualquier noticiero, éstos, por el contrario, son absolutamente invisibilizados en la agenda pública, por lo que los sectores populares no se enteran de lo que pudiera estar ocurriendo en alguna población cercana o lejana dentro del territorio nacional.
Es un fenómeno que en alguna oportunidad lo definió un recordado ministro de comunicación como la búsqueda de la “hegemonía comunicacional” por parte del gobierno para controlar, a su criterio, el flujo informativo en el país.
Pero la “hegemonía comunicacional” no era suficiente ante la aparición de las redes sociales. Muchas personas, ante la ausencia de información real, optaron por refugiarse en estos nuevos mecanismos para “encontrar” respuestas a lo que diariamente ven en su entorno más cercano.
Sin embargo, para acceder a ellas se requería una buena conectividad a internet y los llamados “equipos inteligentes”, es decir, teléfonos celulares de alta o media gama, laptops, tablets y pc´s de buena resolución. Todos, con costos inaccesibles para la gran mayoría de la población, especialmente de los sectores populares.
Vale decir que el gobierno con respecto al porcentaje poblacional que puede tener un relativo fácil acceso a estos equipos, los contrarrestó con miles y miles de “bots”, generando tendencias absolutamente irreales, día a día, solo para generar confusión, dispersión, división y desesperanza, para evitar la movilización y concentración del descontento hacia el mandatario nacional Nicolás Maduro Moros. Con esto, proyectó su “hegemonía comunicacional” hacia las redes sociales con otro concepto, el de la desinformación. Pero en el ámbito de los sectores populares ocurren otras cosas.
En alrededor del treinta por ciento del territorio nacional solo llegan canales de señal abierta controlados por la maquinaria gubernamental: VTV y TVES. Desde allí se reflejan noticias abiertamente favorables al gobierno o las utilizadas para cuestionar a los países que lo adversan. No se refleja en estas pantallas ninguna protesta por falta de agua, gas, electricidad, comida o de cualquier otra índole que afecte la imagen del gobierno.
Es como vivir en la “isla de la fantasía”, como lo describen personas que han participado en grupos focales de estudio. En esos espectros, no llega más información que la que envía el gobierno. Muy pocas personas tienen equipos inteligentes para contrarrestar las versiones oficiales con otros medios. En ese treinta por ciento del territorio nacional vive alrededor de un veinte por ciento de la población venezolana. Vayamos sacando cuentas al respecto.
Luego tenemos al segmento poblacional más importante del país. Es el que habita las zonas urbanas y suburbanas alrededor de las grandes ciudades. Constituye aproximadamente el cincuenta y cinco por ciento del total nacional. Es lo que se denomina como sectores populares.
Allí, identificamos un espectro poblacional que no tiene capacidad económica para tener equipos inteligentes amén de no contar con conectividad a internet mínimamente decente. Ellos nos cuentan que, si acaso en algunas oportunidades, pueden acceder al Facebook desde una vieja pc en casa o algún cyber que subsista los embates de la crisis, o escuchar alguna emisora de radio que todavía tenga algún espacio de opinión limitado. No hay más. El resto son los canales oficiales y los medios privados obligados a autocensurarse para poder mantener las condiciones de su operatividad vía concesión del Estado.
En ese sentido, podemos destacar que la desinformación es una clara política del Estado venezolano para realizar el denominado “control social”, que está orientado a neutralizar mediante la desesperanza y la fragmentación, a los sectores sociales de clase media más acérrimos opositores al gobierno central y a “manipular” ideológicamente a los sectores populares con información tendenciosa y desinformación distorsionadora y goebbeliana para culpabilizar a otros de los problemas actuales del país.
Como vemos, no es una receta nueva esta de la desinformación. Lo novedoso es la utilización de las nuevas tecnologías para ello. Mantener inmovilizada y tranquila a una población que diariamente padece hambre, falta de electricidad, gas doméstico, gasolina y los insumos necesarios para tener una calidad de vida decente es una tarea que la desinformación ha alimentado muy bien en Venezuela.
La pregunta que surge, entonces, es la siguiente: ¿Hasta cuándo se podrá mantener ese esquema desinformativo? La respuesta la obtendremos cuando estudiemos científicamente la “información” que reciben los pobres en el país y, en consecuencia, actuemos para romper ese círculo dantesco que los convierte en individuos aislados y desmoralizados para unificarlos en torno a una idea-fuerza asociada al cambio y a la esperanza.