Aquel 6 de diciembre de 1998, el teniente coronel Hugo Chávez, ebrio de triunfo y de ambición histórica, profirió la que sería una de sus promesas más defraudadas. En su estilo sobreactuado, fusiló el juramento de Monte Sacro de su falso dios Simón Bolívar, para prometer no descansar su brazo ni dar reposo a su alma hasta romper las cadenas que nos atan a la corrupción.
Más de 20 años después de ese discurso triunfal enfrente de la sede del Ateneo de Caracas, su oferta no es más que una gran mentira histórica. En su momento fue celebrada profusamente por todos los medios afines al militar golpista que destruyó a cañonazos físicos y legalistas las instituciones venezolanas.
Hoy varias fuentes coinciden en que la generalizada corrupción con fondos públicos es la principal razón del colapso de la economía venezolana; del derrumbe de los logros sociales y laborales históricos; de la quiebra de Petróleos de Venezuela y de que este país se haya convertido en un caso de ayuda humanitaria internacional.
La promesa infundada de Hugo Chávez acaso sea la primigenia gran mentira histórica de un régimen que ha usado la desinformación, la manipulación, el engaño y la hegemonía comunicacional como ejercicio del poder y para hacer exactamente lo contrario a lo que pregona.
Seducción fatal
Hay, en toda esta historia, un punto de reflexión: ¿son los medios de comunicación y los ciudadanos capaces de hacerle seguimiento y escrutinio a este tipo de promesas, declaraciones, ofertas engañosas y simple fanfarronería?
Hoy en el mundo de medios digitales y redes sociales está probado que las audiencias suelen “darle más RT” y creer más en las falsas noticias que en las verdaderas.
Viendo en perspectiva la promesa de Chávez, uno se pregunta hoy si toda la sociedad venezolana simplemente no se limitó a embelesarse con un cuento que quería escuchar, a aceptar como verdaderas expresiones que simplemente encajaban en sus convicciones, anhelos o preferencias políticas.
“Miénteme que yo te creo”, parece ser la consigna preferida de una sociedad donde la tercera parte de los electores aún se imaginan y añoran a Hugo Chávez como su político preferido. Encuestas como las de Delphos, divulgadas a finales de julio, revelan que el chavismo como fuerza agrupa todavía al 25 % de quienes declaran una autoidentificación política.
Otras muestras, como las Ómnibus, de Datanálisis, encuentran que el fundador de la supuesta revolución bolivariana sigue siendo el político con mayor apoyo y recordación y el 58 % de los consultados evalúan como positiva su gestión mientras fue presidente.
Inclusive, también lo evalúan de manera positiva un 30 % de los opositores y un 59 % de los que no se declaran a favor ni del chavismo ni de la oposición. Algo del síndrome de Estocolmo debe quedar por ahí.
Discurso único
El chavismo logró durante todo este tiempo establecer su hegemonía comunicacional como una de las expresiones del autoritarismo y la falta de democracia que prevalecen en Venezuela.
Esa es una de las hipótesis que ayudan a explicar por qué tiene tanta recordación positiva un gobernante populista, mediático, carismático pero autoritario. La gente olvida que, en realidad, por las manos de Chávez pasaron las mayores riquezas concebidas por este país en un momento de su historia.
Ese boom petrolero que terminó justamente cuando comenzó a gobernar Maduro, el heredero designado por Chávez, nunca fue aprovechado, fue dilapidado y más bien la deuda externa del país se multiplicó por cinco veces.
Solamente entre 2005 y 2015, el Fondo de Desarrollo Nacional, Fonden, la entidad que supuestamente habría de preservar el país de los vaivenes de los precios del petróleo, destinó $174.898 millones para 781 proyectos, recoge un reciente informe coordinado por la ONG Transparencia Venezuela.
El detalle es que la vasta mayoría de estos proyectos nunca salieron del papel, o no pasaron de la primera piedra, sus dispersas ruinas quedaron como testimonio de la mentira oficial construida en torno a la supuesta “Venezuela Potencia”.
Desde hace tiempo quedan fuera de discusión pública los grandes temas y razones para entender esto y ayudar a las personas y la sociedad entera a juzgar con más claridad a sus gobernantes.
Durante la bonanza petrolera ingresaron a las arcas de Venezuela más un billón de dólares (en español, un millón de millones), pero hoy no hay en ninguna parte un beneficio palpable de esa lotería irrepetible.
Por el contrario, la infraestructura del país está en ruinas, los servicios básicos fallan en pueblos y ciudades; hay una seria crisis energética y las empresas públicas, incluyendo Pdvsa, están en quiebra, así como las cuentas fiscales y las reservas internacionales están en mínimos históricos.
Solamente en Pdvsa se han detectado presuntos casos de corrupción, ventilados principalmente en tribunales internacionales, por más de $40.000 millones, según una recopilación hecha por medios digitales como Connectas, Alianza Rebelde y Transparencia Venezuela.
Pero sobre ninguno de estos casos hay una discusión abierta, mucho menos una opinión pública formada. Fue más fácil para los opositores creer en el discurso oficial chavista de que Hugo Chávez era imbatible, que el populismo como forma de gobierno era demasiado fuerte como para enfrentarlo en las campañas electorales.
Era más simple hasta creer las mentiras de las estadísticas oficiales sobre supuestos logros en salud, educación y desarrollo humano.
Hasta la FAO y la Cepal, dos entidades de la ONU donde sueña y disfruta la izquierda caviar internacional, avalaron los números falsos y hasta otorgaron premios al chavismo por su supuesto combate al hambre y a la pobreza.
Sin termino de comparación
Este déficit de información se expresa en la incapacidad de las personas para contrastar versiones y aseveraciones tenidas como reales o indiscutibles.
Mientras se forjaba esa ilusión de riqueza que aún hoy lleva a muchos a añorar a Chávez, la verdad es que se estaba gestando un infierno que muy pocos vieron venir.
La divisa barata que permitía viajes e importaciones fútiles y enormes negocios con el control de cambios, modo que se mantenía gracias a la quiebra del Estado; los servicios públicos, técnicamente gratis, convivían con la corrupción generalizada en empresas como Corpoelec; la importación masiva de alimentos a precios de competencia desleal (dumping) junto con las expropiaciones y la violencia criminal, gestaron el retroceso histórico de la agricultura y la ganadería en Venezuela.
Los programas sociales de Pdvsa, con fines electoreros, dilapidaban más de lo que efectivamente se invertía en exploración, producción y en modernización del parque de refino de la industria.
Las importaciones masivas de acero y aluminio -desde China y otros aliados para los programas estatales de construcción de viviendas- escondían la acelerada ruina de las empresas básicas de Guayana.
Aun hoy, ni siquiera los más aguerridos líderes de oposición han hecho de la economía una bandera atractiva de sus discursos políticos.
Casi nadie habla de estas cosas, y se le deja el camino libre al chavismo para decir que todos los males económicos de Venezuela son obra del imperio y de la oposición y el empresariado apátrida.
Términos forjados, como el de Venezuela Potencia, son unas de las grandes mentiras propaladas por el chavismo. En realidad, todas las evidencias y resultados indican que la que fuera la cuarta económica más poderosa de América Latina hoy tiene tamaño equivalente al de cualquier modesta economía de Centroamérica. Además, le disputa a Haití el primer puesto como el país más pobre de América en ingreso per cápita promedio.
La versión oficial dentro de este sistema de desinformación, ni siquiera admite esta debacle económica. Hoy, al mejor estilo cubano, habla del “inhumano bloqueo por parte de Estados Unidos”, la nación más poderosa del mundo, sobre los indefensos venezolanos.
Lo triste es que hay pocas posibilidades de explicarle a las audiencias que en todos estos años Pdvsa pasó de ser la cuarta petrolera más poderosa del mundo, en sus índices compuestos, a estar absolutamente quebrada y endeudada.
También es difícil explicar que en septiembre de 2017 Nicolás Maduro declaró, de manera unilateral, el impago default de la deuda externa y convirtió a Venezuela en un paria financiero internacional.
Bajo el chavismo, esa deuda financiera se multiplicó por cinco, sin que haya dejado ningún rastro palpable de inversiones sociales o infraestructuras y servicios que justificaran esa hipoteca.
Tampoco hay cómo contrastar que las sanciones, aplicadas por Estados Unidos a la cúpula del chavismo por sus atentados a la democracia y a los derechos humanos, corrupción y presunto narcotráfico, son posteriores a 2013.
En ese año había comenzado la debacle de la economía debido a la corrupción, la falta de ahorros y a la ineficiencia. El pésimo manejo gerencial está en manos, principalmente, de militares más entrenados para matar gente que para fomentar riqueza bien habida con los fondos públicos.
En la propia Constitución Nacional está establecido el mandato de ahorrar en un Fondo de estabilización los excedentes de ingresos petroleros para épocas de vacas flacas. En total Fonden recibió, dilapidó y desapareció al menos 350.000 millones de dólares sin dejar rastro.
Después de que la caída de la producción de petróleo y de los precios del crudo liquidaron los ingresos fiscales petroleros quedó en evidencia la necesidad de haber contado con ese fondo de estabilización.
Entonces, la razón de la quiebra fiscal no es la baja del petróleo sino la corrupción en torno a Fonden y el colapso de Pdvsa.
Vale explicar que Venezuela es la única nación petrolera con tamaña crisis; o que en contraste, Noruega y Emiratos Árabes tienen los fondos de estabilización petrolera más grandes del mundo y no han sufrido, ni de lejos, lo que sufre Venezuela por la crisis actual del petróleo.
En sus propias manos
Como si fuera un gurú de las finanzas que se suelta la corbata, o un astro del fútbol que se apresta a saltar a la cancha, Maduro ha anunciado al menos cinco veces que él en persona se encargará de aplicar planes económicos destinados a recuperar el crecimiento de la economía.
Se han inventado varias veces supuestos motores de reactivación económica, se han anunciado inversiones que nunca llegan, se promete acabar con las colas por la gasolina y reactivar las refinerías.
Lo que no se ha prometido es acabar con la hiperinflación, que es una de las más largas y altas de la historia económica mundial; o con la depresión económica, que es la peor sufrida por nación alguna en tiempos de paz y lleva ocho años en fila. Es que justamente el Gobierno no reconoce que existan estos desmesurados problemas.
En su cuidado discurso oficial, el Gobierno no habla de hiperinflación, de recesión económica, de desempleo, de escasez, ni de quiebras de empresas públicas. Mucho menos de la crisis energética profunda que atraviesa el país con una falta crónica de gasolina, diésel, gas natural y electricidad.
Mucho menos se habla de la corrupción administrativa que quebró a Pdvsa y a Corpoelec; tampoco menciona que empresarios ligados al régimen robaron más de 100 mil millones de dólares en plantas termoeléctricas que nunca se construyeron. Tampoco se debate públicamente el papel que jugó un control de cambios nocivo que se mantuvo durante casi 20 años para enriquecer a unos pocos.
Mientras ese control de cambios movía y distraía miles de millones de dólares en negocios con el diferencial entre el dólar paralelo y el oficial, el sistema le daba migajas a la población, en formas de cupos a los viajeros y cupos electrónicos, principalmente, para compras a través de Internet.
La desinformación en Venezuela se encarga de que la verdadera naturaleza de los problemas no sea discutida públicamente.
Se pretende que, si se escamotea la realidad, esta no será latente, no afectará los dividendos políticos de quienes mandan ni la gente buscará responsables.
Elecciones y mentiras consentidas
Esta crónica desinformación en temas económicos desafía la inteligencia de las personas comunes, se burla de la realidad y pretende perpetuar un sistema que se ha vuelto insostenible, justamente, por la falta de recursos económicos con los cuales alimentar el populismo y la propia corrupción. Simplemente ya no hay dinero para malversar, robar y repartir a cambio de votos.
Por estos días de mediados de 2021 se acelera la disputa electoral en las filas del chavismo, con varias facciones en pos de la nominación en las primarias. Esos candidatos tienen ya la certeza que quienes ganen ahora serán de una vez los alcaldes y gobernadores electos en diciembre. Ya todos saben que la fraccionada oposición no tiene la menor posibilidad de arrebatarle el poder real al chavismo.
Las promesas y los expedientes se repiten y los candidatos ofrecen desde créditos para reactivar el campo, hasta vacunas contra COVID-19, tanques de agua y bolsas de comida.
Pero mientras el chavismo ya se sabe ganador y la oposición discute si decide si ir o no ir a elecciones; y otra “oposición” de conveniencia ya busca sus cuotas de poder, se siguen alimentando ficciones maquilladas por el discurso oficial.
Una de ellas es la de que Venezuela saldrá adelante y dejará la crisis actual gracias a un régimen chavista que seguirá cogobernando en las mismas condiciones que las actuales, sin mayores cambios.
Este es, una vez más, un pueblo que vota pero no elije, y que está más ocupado en sobrevivir que en decidir.
Paradójicamente es una sociedad poco interesada en informarse y formarse opiniones sólidas sobre lo que de verdad ocurre en Venezuela y cómo solucionarlo. Acaso es muy duro enfrentar los escombros de una economía arrasada como por una guerra, o un gran desastre natural.