El bolívar digital es otra ilusión del universo chavista

El 1 de octubre de 2021 era casi imposible encontrar una estación de gasolina que aceptara pagos en bolívares. Colas de vehículos se extendían incluso en Caracas, que ahora también sufre la escasez crónica de gasolina y diésel que desde hace años padece el resto de Venezuela.

Ese mismo día entró en vigencia la nueva reconversión monetaria de la era chavista. El régimen de Nicolás Maduro le había quitado seis ceros al malogrado e inútil “bolívar soberano”, y promete que ese fue el inicio de una nueva era de recuperación de la economía.

El negocio de gasolina y diésel es monopolio del Gobierno, y su comercialización es controlada por militares y policiales. Las estaciones de servicio a precios internacionales de $0,50 por litro son de los comercios más concurridos en Venezuela. Por eso era paradójico que tampoco allí quisieran nada con el bolívar, sin importar el maquillaje que le hayan puesto.

Horas antes, el sistema bancario había sorteado los contratiempos del cambio de moneda y la eliminación de seis ceros, de modo que buena parte de las transacciones digitales se podían completar. Pero en el trance era más fácil aceptar billetes de a dólar.

Asunto de credibilidad

El episodio ilustra la confianza en el sistema de pagos, y en la moneda, entre los agentes económicos. Es decir, para gente como uno, que pelea sus ingresos, va y hace mercado. También para comerciantes, empresarios y grandes o medianos inversionistas.

Esta es la tercera reconversión monetaria en la era chavista, que le ha podado 14 ceros a una moneda que sigue sin valer nada. No importa cuánta grasa le quiten, nunca logrará ponerse en forma.

Y para seguir en temas de salud, es como si un cirujano raspase las metástasis de un tumor, pretendiendo así salvar al paciente. La verdad, se necesita extirpar de raíz el núcleo del tumor y todas sus ramificaciones. El paciente necesita además radio terapia, o quimioterapia; una dieta sana y equilibrada; medicinas caras, equipos y la atención médica necesaria y oportuna.

Además, hace falta mucho amor y un trabajo psicológico y emocional para ayudar a que sane ese cuerpo malogrado.

Salvando las distancias, la hiperinflación en Venezuela es más o menos eso: un cáncer que desde hace años está instalado en la economía, destruyendo a diario el valor de la moneda, la confianza, las expectativas, el patrimonio de personas, familias, empresas y hasta del propio Estado.

No importa lo que digan el discurso y la propaganda chavista, estas reconversiones monetarias están condenadas al fracaso porque no vienen acompañadas de reformas estructurales que ataquen las causas reales de la inflación y de su versión con esteroides: la hiperinflación.

La ciega terquedad

Por eso el mayor problema es político: el Gobierno no quiere entender las razones reales del colapso de la economía venezolana. Se empeña en repetir un discurso ya hueco y en usar su hegemonía comunicacional para propalar monumentales mentiras históricas y hacer que, al menos sus seguidores más radicales, se las crean.

 “Una de las enseñanzas que nos dejó este proceso es que el pueblo de Venezuela ahorita es más consciente como actor económico, como pueblo consumidor. Y quienes intentaron perturbar todo este proceso especulando con el precio de la divisa el lunes se encontraron en una derrota absoluta”, dijo Delcy Rodríguez, la vice presidenta de Maduro, el día D de la reconversión.

“La unión cívico militar policial (sic) estuvo supervisando todo este proceso para proteger a nuestro pueblo, que no se vinieran los especuladores”, agregó.

Poco antes, Nicolás Maduro había ido más allá: “Venezuela tiene el potencial para seguir saliendo paulatinamente, progresivamente adelante. Que nadie venga a sabotear la recuperación económica de Venezuela”.

Rodríguez, inició el sábado 2 de octubre el llamado “Plan para la Estabilización de Precios Razonables, Equilibrados y Abastecimiento”.

 “Unos pocos comercios tenían la tasa en un marcador de guerra, un paralelo que no existe, que es absolutamente ficticio e inmediatamente corrigieron y ajustaron los precios a la tasa oficial”, justificó mientras recorría tiendas rodeada de un séquito de fiscales.

El guion de culpar siempre a otros, a la “guerra económica”, a las sanciones del imperio, a los especuladores, a los vende patria, a los empresarios privados, a los terroristas, vuelve con apenas algunas escenas reencauchadas para contar una historia repetida.

Con retoños y todo

Horas antes de la entrada de la reconversión, el bolívar había seguido su procesión de devaluaciones diarias, y superaba los cinco millones por dólar (cinco bolívares, ahora). Después caería en una semana de montaña rusa.

Los más nerviosos pudieran creer que pierden dinero con esas bajas de esta semana (el viernes 8 abrió en Bs 4,12). Pero esta es una historia de mediano y largo plazo: no hay razones objetivas para creer que el bolívar digital tendrá un destino muy diferente al de sus antecesores. Los nuevos ceros le seguirán naciendo como retoños de un tumor metido en los huesos de esta economía.

Devaluaciones constantes y depreciaciones diarias son consecuencia directa de la inflación desbocada. Y no se está atacando la inflación. Por lo demás, siguen intactas todas las condiciones para apostar a que el bolívar, con más o menos ceros, sigue condenado a la ruina.

Las reservas internacionales en divisas, que suelen respaldar la fortaleza de una moneda, cerraron septiembre pasado en 11.216 millones de dólares, según el BCV. Se trata de un salto espectacular contra los $6.221 millones al cierre de agosto y de casi todos los meses anteriores. Hasta ahora el Gobierno no ha explicado de dónde sacó esas divisas para casi duplicar las reservas.

Volver a futuro

Cuando en enero de 2008 Chávez inauguró eso de trasquilar ceros al bolívar, las reservas internacionales del país estaban sobre los $33.000 millones. En esa reconversión la tasa de cambio arrancó en Bs 2,15 por dólar.

“Venezuela tiene una economía fuerte como pocas en el planeta”, afirmaba Chávez. No se sabe si muchos le creyeron entonces, pero la realidad hasta hoy lo vive desmintiendo.

Chávez vendió el “bolívar fuerte” en medio de una bonanza petrolera sin precedentes. El precio del petróleo Brent estaba a niveles récord, por encima de $100 el barril y el de la OPEP en $94. PDVSA no había quebrado, producía en 2007 cerca de dos millones de barriles por día y el país cumplía religiosamente todos sus pagos de deuda pública externa.

La propaganda oficial vendió aquella reconversión como un logro histórico y el nombre de “bolívar fuerte” como un símbolo del supuesto poderío económico de Venezuela.

El crecimiento económico se mantenía por más de tres años seguidos, con un promedio de 8,4 % en 2007. La inflación fue de solo 22,5 % anual ese año y se temía que pudiera alcanzar 30 % en 2008.

En 2006 los precios habían subido apenas 17 % y eso era un problema. La reconversión permitiría “recuperar todo el terreno perdido ante el dólar, el euro y todas las monedas del mundo”, prometía el uniformado vendedor de ilusiones. 

Pero poco después, en 2010, el mismo Chávez tuvo que devaluar el bolívar para llevarlo a Bs 4,30. En 2013, ya con Maduro en el poder y Chávez agonizando, el Gobierno anunció otra devaluación, esta vez del 46 %, para llevar el tipo de cambio oficial a 6,30.

Durante todos esos años, como hoy, un dólar paralelo siempre fue la verdadera referencia en la fijación de precios en todas las transacciones de la economía.

En las dos reconversiones anteriores había un “rígido” control de cambios. Los propios funcionarios del alto Gobierno, en “conchupancia” con ciertos empresarios privados, se lucraban con ese diferencial cambiario en medio de la inflación. Conseguían divisas controladas a través el Banco Central y las negociaban en el paralelo, para sacar sus ganancias mal habidas a cuentas en el exterior, donde lavaron miles de millones de dólares.

Al menos así lo asientan expedientes y denuncias sustentadas en los sistemas de justicia de varios países, como Estados Unidos, España, Italia y Andorra. 

Con la misma piedra

Si algo enseña la historia económica es que suelen haber ciclos de altas y bajas, muchas veces predecibles. Esta tercera eliminación de ceros viene solitaria y en condiciones totalmente adversas, por eso durará lo que un helado en los médanos de Coro.

No sirve de nada porque no viene con un plan que despierte confianza en los agentes económicos, que estimule la economía y la inversión; el ahorro, el gasto y el consumo.

Venezuela es hoy un país maula internacional, que ha dejado de pagar por completo su deuda externa desde 2017. La producción de petróleo es de apenas unos 500.000 bpd; de país no tiene fuentes de financiamiento externo ni de organismos multilaterales ni de mercados voluntarios; la depresión económica pulverizó 80 % del tamaño de la economía desde 2013.

El país no tiene dinero ni para imprimir sus propios billetes y por eso depende solo de transacciones digitales; la dolarización informal y anárquica de las transacciones menudas y grandes en la economía se profundiza cada día.

El Estado, como PDVSA, está quebrado, no tiene ingresos fiscales netos suficientes para pagar sus cuentas, sus sonoros gastos sociales ni las Misiones que apuntalaron la popularidad de Chávez. 

El chavismo de Maduro depende cada vez más de un sector oscuro de la economía que se apoya en la extracción y venta irregular de minerales preciosos como el oro; en la importación masiva de alimentos manufacturados y productos terminados (especialmente desde Estados Unidos y China). En su voracidad fiscal, le quita pellejos a una economía ya en el hueso. 

El país vive una profunda crisis energética con escasez de gasolina, diésel, electricidad, gas natural y hasta agua.

Toda esta realidad pone a prueba la capacidad de la propaganda oficial y de la hegemonía comunicacional chavista para seguir mintiendo y para encontrar quien les crea.

Cuentas disparejas

Pero el dólar es también una mercancía cuyo precio depende de la disponibilidad, de la oferta y de la demanda, de la confianza y de la solidez de una economía.

Hay una brecha todavía no cubierta pese a la constante devaluación del bolívar con o sin seis ceros y el dólar sigue barato.

La inflación acumulada promedia 525 % entre enero y septiembre, según datos de la ONG opositora Observatorio Venezolano de Finanzas.

Y el tipo de cambio oficial reseñado por el Banco Central que estaba en 1,14 millones el 4 de enero (Bs 1,14 con la reconversión) se ha encarecido solo 374 % en el mismo período.

Eso significa que para que esté en un precio más cercano al equilibrio, la tasa de cambio debería estar al cierre de octubre por encima de los 5,8 bolívares digitales. No muy lejos de lo que busca el mercado paralelo por estos días volátiles de fin de año.

La mentira del intermedio

En 2018, cuando en medio del pico agudo de la hiperinflación, Maduro le quitó cinco ceros al bolívar y lo llamó “soberano”, la propaganda oficial también quiso hacer de tripas corazón.

“Anuncio que la reconversión económica, monetaria, basada en el programa de recuperación y prosperidad económica, va a arrancar el próximo 20 de agosto de manera definitiva con la circulación y emisión del nuevo bolívar soberano, del nuevo cono monetario que va a tener una nueva modalidad de anclaje al petro, la criptomoneda venezolana”, declaró con la pompa del caso.

El petro, del que pocos se acuerdan más allá de quienes reciben bonos de unos tres dólares por mes, iba a ser la estrella de esa reconversión, como “un nuevo sistema monetario para estabilizar y cambiar la vida monetaria y financiera del país de manera radical”.

Nada de eso sucedió.

Por aquellos tiempos no tan lejanos, Venezuela producía 1,5 millones de barriles por día de petróleo y el promedio de precios de la cesta OPEP de todo 2018 fue de $69,85 por barril, por encima de los $52,37 de 2017.

En este 2021 de pandemia de covid, el precio del petróleo OPEP se ha recuperado con fuerza, y sube 96 % respecto al año anterior. Pero Venezuela no tiene como aprovechar ese boom porque sus exportaciones han caído a niveles de hace 80 años.

A la quiebra de PDVSA y la desinversión su suma el efecto de las sanciones económicas aplicadas por Estados Unidos en un vano intento por propiciar un cambio político que no se ve por ninguna parte en el horizonte. Como tampoco no se ve en el horizonte ningún cambio en las políticas económicas que alimentan la hiperinflación, las constantes devaluaciones y las recurrentes podas de ceros digitales.

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