El aislamiento y la incertidumbre son ley para los venezolanos sin servicios públicos

Entre información errada e incertidumbre conviven los caraqueños

La inexistencia de medios de comunicación en muchas zonas o el escaso acceso a los medios emergentes a través de plataformas digitales por la falta de luz, de señal telefónica o de Internet dificulta la situación de los venezolanos en todo el país, pues incluso el Distrito Capital, siendo donde convergen las instituciones públicas, sus ciudadanos viven el aislamiento

Rossana dio positivo. La COVID-19 llegó a su organismo cuando ya Venezuela contaba más de 150 días en cuarentena por la pandemia y, a pesar de todas las campañas en TV nacional, de las cadenas por WhatsApp, de las alocuciones oficiales informativas, de las imágenes y audios que minaban las redes sociales y de los consejos de los visitadores médicos que le hicieron la prueba rápida y le pidieron quedarse en casa a pasar la enfermedad, ella no sabía qué hacer para curarse.

Apenas se supo del padecimiento de Rossana (nombre cambiado a petición de la fuente) en La Bombilla, el barrio en el que vive en el extremo este de Caracas, sus vecinos y amigos se dividieron entre los que ni se acercaban y los que minaban su teléfono de mensajes con remedios de todo tipo: caseros o no, para superar el coronavirus.

“Yo un día me bebía un guarapo y suspendía la pastilla que me estaba tomando porque leía una cadena que me pasaron y al otro día volvía con los antibióticos, dejaba las bebidas calientes y hacía inhalaciones de eucalipto porque en un audio decía que eso me sanaría más rápido… Gracias a Dios me curé, pero siempre andaba confundida”, cuenta Rossana.

La desinformación abrumó a Rossana y la hizo vivir momentos de gran angustia durante su paso por una enfermedad que ha cobrado más de un millón de muertes en todo el mundo. Las contradicciones entre lo que dicen las autoridades venezolanas, los expertos y la gente que la quiere puso en entredicho hasta un tratamiento médico recetado y la llevó a “hacer todo lo que decían”, bueno o no, para mantenerse a salvo.

La incertidumbre acompañó a Rossana, quien admitió haberse sentido copada por la cantidad de información que recibía e incapaz de discriminar cuál debía tomar en cuenta. Ella se vio sumida en un mar de contenidos que, incluso, podían poner en peligro su salud al hacer recomendaciones que la instaban a evitar los tratamientos médicos recomendados y respaldados por la Organización Mundial de la Salud y a optar por alternativas no probadas.

En el otro extremo están quienes simplemente no se enteran de lo que pasa y de lo que deben hacer para enfrentarlo y tomar decisiones. De acuerdo con la investigación “Atlas del silencio: los desiertos de noticias en Venezuela” del Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela, (Ipys Venezuela), 5.271.753 ciudadanos venezolanos en 90 municipios del país, de los 317 consultados, tienen un acceso a la información escaso o nulo.

La inexistencia de medios de comunicación en muchas zonas o el escaso acceso a los medios emergentes a través de plataformas digitales, que en el estudio de Ipys son mencionados como fuentes informativas unas 529 veces, dificulta la situación de los venezolanos en todo el país, pues incluso el Distrito Capital, siendo la ciudad donde convergen las instituciones públicas, reporta desiertos informativos relacionados con el acceso a los servicios públicos.

Esa es la razón por la que hay personas como Alexander Bracamonte que ya no tiene interés mayor en leer noticias o conocer informaciones que no tengan relación con el anuncio de la llegada del agua a su comunidad, un sector rural del Alto Hatillo conocido como Gavilán.

“Se va la luz cada vez que llueve y vuelve dos días después. El internet es pésimo y tenemos más de seis meses sin agua… Aquí la única manera de enterarse de lo que pasa es por los chismes de la gente porque la señal de celular tampoco llega”, cuenta este hatillano.

Como Bracamonte, el país entero padece el aislamiento generado por la falta de internet, de servicio eléctrico, de gas, de agua y hasta de combustible. Datos revelados por la Asamblea Nacional el pasado 1 de septiembre revelan fallas de energía eléctrica de hasta 93 % en un día, irregularidades con el suministro de agua que rondan 73,9 %, 54,4 % de la población sin acceso al gas y fallas en el suministro de combustible de 31,2 %.

Las cifras recabadas por el Parlamento nacional en una encuesta sobre la crisis venezolana ponen en contexto las quejas de ciudadanos que no solo padecen la falta de estos servicios básicos que debe garantizar el Estado, sino el esfuerzo que hacen los venezolanos por mantenerse en conexión con la situación del país, pese al día a día y sus carencias.

Paula Dávila vive en Los Caobos, es psicóloga y su trabajo está relacionado con el área política. Para muchos es el prototipo de una joven informada, pero su realidad es otra. Se autodefine como una ciudadana aislada: de su familia que vive fuera de Venezuela, de sus amigos encerrados por la pandemia, sin posibilidad de comunicarse por la falta de pila en sus teléfonos o de señal por los apagones, sin acceso a internet y sin saber, sobre todo sin eso.

Falta de servicios como la luz, el agua, el gas o el combustible atentan contra los ciudadanos y su necesidad de mantenerse informados. foto: paula dávila

En su comunidad reportan problemas con el servicio eléctrico desde el mes de marzo. Nadie dice nada, nadie les informa el porqué de la falla que los hace quedarse también sin agua y son los mismos vecinos los que intentan buscar respuestas a los apagones que han llegado a extenderse hasta 60 horas continúas.

“A los que no tienen acceso a la información se los come la ansiedad y la depresión… algunas noches la desesperación hace que algunos vecinos comiencen a gritar por las ventanas de sus apartamentos preguntando: ¿Qué pasa?, ¿qué saben de la luz? Y así, se van comunicando entre gritos porque no hay ningún otro medio”, cuenta Paula.

Los testimonios de desesperación abundan. Douglas Añez, un joven de 26 años, residente de Sábana Grande, uno de los sectores más céntricos de la capital venezolana, cuenta su drama: “Me gradué a mitad de cuarentena, lo logré. Pero no sé cómo manejar la incertidumbre porque mis hermanos no pueden hacer tarea, yo no puedo trabajar porque necesito la computadora, no sé en qué momento podré retomar mi vida normal y ni siquiera puedo enterarme de lo que pasa en el país”.

Aislados

Paula y Douglas comparten esa incertidumbre. Ambos son víctimas de la crisis de servicios públicos y se sienten atrapados por un aislamiento forzado en la llamada por expertos de todo el mundo: “era de la desinformación”.

Esa sensación de aislamiento es justamente un agente desordenador de emociones. Así lo define la psicóloga Marisol Ramírez, presidenta de Psicólogos sin Fronteras en su capítulo venezolano. Para la experta se trata de una situación indeseable e insana para los seres humanos, sociables por naturaleza.

Para Ramírez ambos extremos son negativos: tanto el aislamiento como la infoxicación (termino que refiere a la sobresaturación de información, acuñado por Alfons Cornella) afectan el criterio y la toma de decisiones del individuo.

marisol ramírez, explica que la falta de información genera un aislamiento que no natural para el individuo. foto: paula dávila

“Se genera información diversa y de todo tipo y en este clima esa información lejos de aliviar lo que hace es complicar, por eso hay que aprender a discriminar la información con la que me voy a quedar. De otra forma se vuelve tóxica”, destaca la especialista, quien recomienda discriminar si se trata de una fuente reconocida, compartirla con alguien que tenga crédito y, “entender que encima de la información siempre estará el sentido común”.

La doctora Ramírez asegura que no están más afectados quienes tienen exceso de información que quienes no la reciben. A su juicio, en todos los casos se trata de una condición disparadora de incertidumbre y, por consiguiente, de miedo, frustración, rabia y ansiedad. Emociones que en conjunto son muy difíciles de manejar para cualquier persona.

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