Educación, pandemia, nuevas tecnologías y fake news: Nuevos retos para los docentes en el mundo

Sobre qué trata el asunto

La pandemia ha alterado la vida cotidiana de buena parte de la humanidad. Ya nada es como antes y tampoco creemos que lo será una vez superada esta terrible situación. El mundo se ha dado cuenta que es posible hacer las cosas de otra manera sin disminuir la eficiencia, la eficacia ni la calidad. Hasta los países menos preocupados por el impacto de las nuevas tecnologías ha volteado la mirada a esta posibilidad.

La producción, el trabajo y la educación han sido protagonistas de estos cambios. En muchos renglones la presencia física no es determinante gracias a las nuevas tecnologías. Es por ello que el mundo no se ha detenido, pese a las medidas de resguardo decretadas por los gobiernos. Sin embargo, esta nueva realidad apoyada por la inteligencia artificial y la informática no se ha impuesto por igual ni al mismo ritmo en el planeta.

Los países pobres presentan un importante rezago en esta materia, lo que les impide ir al ritmo del resto de los países. Es posible que la globalización los incorpore a esta dinámica o, por lo menos, a la parte de la economía más vinculada con la división internacional del trabajo. Pero este anclaje no necesariamente arrastrará al resto de la economía.

Por ejemplo, en áreas como la educativa no basta la voluntad o la necesidad de ir cada vez más hacia derroteros no presenciales, también es importante contar con el soporte y las competencias docentes necesarias para poder mantener o aumentar la calidad desarrollada en los sistemas educativos fundamentalmente presenciales. Este es uno de los rezagos.

Nuevos retos se le presentan al docente. Más allá de su formación disciplinaria, debe adquirir competencias digitales para poder contar con las herramientas mínimas necesarias para desenvolverse en los espacios virtuales. Además de ellos debe estar preparado para lidiar con otro tipo de pandemia, las fake news.

En este breve ensayo nos pasearemos por los grandes problemas y las grandes paradojas que han traído consigo las respuestas del mundo a la situación de pandemia y al obligado encierro que ha alterado las rutinas de buena parte de la humanidad.  Intentaremos caracterizar los afrontamientos desiguales, aun utilizando las mismas estrategias, entre los países de nuestra región con respecto al primer mundo, haciendo especial énfasis en el caso venezolano.

Las paradojas de la pandemia: ante el obligado distanciamiento físico se profundizó el acercamiento social

La cuarentena ha llevado al mundo a replantear no solo el trabajo y su dinámica, sino también la vida social en general. El reacomodo de la actividad laboral hacía mucho rato que se había venido implementando en los países que comprendieron que había que superar el enfoque fordista de la producción.

El teletrabajo está dejando de ser algo futurista. El desarrollo de programas informáticos cada vez más eficientes y versátiles no solo han hecho cambiar los perfiles de las competencias para ocupar cargos que anteriormente exigían solo destrezas motoras y conocimientos básicos y parciales, ahora la inteligencia artificial ha permitido que las tareas complejas se lleven a cabo por máquinas y programas cada vez más sofisticados.

Si bien esto ya tenía un espacio de avance en algunas actividades productivas y de servicios, la pandemia ha obligado que muchos países consideren, muy seriamente, estos cambios. Las naciones que incorporaron más tempranamente las nuevas tecnologías en la actividad económica, están hoy afrontando con mejores herramientas las exigencias y reacomodos que obliga una situación de distanciamiento físico por razones de salubridad pública.

Si bien el llamado primer mundo no ha estado exento de los problemas derivados del contagio masivo, ha ido superando muy rápidamente la situación de disrupción de la vida cotidiana al apelar a una nueva normalidad basada en el uso intensivo de la tecnología ya instalada.

En el ámbito educativo no ha sido diferente. La presencialidad en el aula ha sido sustituida por la educación remota o a distancia mediada por la tecnología. Este cambio ha supuesto otro tipo de reajuste a nivel pedagógico y didáctico. Los profesores han tenido que recibir entrenamiento sobre la marcha para afrontar esta nueva realidad. No se trata de reproducir, con las nuevas tecnologías, lo que se hacía en el aula de manera presencial. La dinámica ameritaba un cambio en las formas de hacer pedagogía.

Se comenzaron a utilizar estrategias didácticas propias de la educación distancia, como por ejemplo el aula invertida, el aprendizaje por indagación, el aprendizaje colaborativo, los portafolios, las redes de conocimiento interactivo y tantas otras que, aprovechando las posibilidades de información que brinda el ciberespacio a través de sus diferentes plataformas, convierten al profesor en un orientador que ayuda a valorar la información conseguida, superando el viejo esquema que lo ubica como la fuente primaria del saber.

En esta nueva circunstancia el alumno adquiere un papel más activo en la construcción de su saber, así como el desarrollo de competencias para la vida como la disciplina, la curiosidad, la investigación, el pensamiento crítico y el dominio de destrezas y habilidades tecnológicas que lo preparan para un mundo laboral y profesional que requiere cada vez más de estas competencias.

El mundo académico en general ya ha estado observando el impacto del uso de estas nuevas tecnologías. Como nunca antes, durante estos meses de pandemia y cuarentena preventiva, el distanciamiento físico se ha revertido paradójicamente en un cada vez mayor acercamiento social.

Solamente en América Latina el número de eventos académicos masivos a través de plataformas virtuales como Zoom, Google Meet, Jitsi, Skype, Slack, Microsoft Teams, Go To Meeting, Blue Jeans o Cisco Web Meeting, ha sobrepasado de lejos, comparativamente hablando, cualquier año anterior en el que se haya realizado la mayor cantidad de eventos de esta naturaleza, pero de manera presencial.

Cada semana aparecen múltiples anuncios invitando a participar en webinars, video conferencias, talleres, simposios, congresos, seminarios, paneles y conversatorios sobres variados temas y disciplinas. En estos eventos se ha verificado la participación de académicos e interesados de países del continente y del resto del mundo de una manera significativa. Participación que no se hubiese logrado seguramente en eventos con exigencia de presencialidad.

Esta experiencia, novedosa y exitosa por la posibilidad de aumentar el perímetro de su alcance y la no desdeñable participación, impactará en las formas futuras de organizar encuentros académicos nacionales e internacionales, inclusive una vez culminada la pandemia. Igual sucederá con la educación formal en todos los niveles del sistema escolar.

Esta experiencia desarrollada sobre la marcha podría convertirse, una vez superada la contingencia, en una alternativa híbrida de educación donde coexista la presencialidad en áreas que lo ameritan, combinándose con la virtualidad en asignaturas que así lo requieran. Por supuesto, esto será posible si se cuenta con la infraestructura tecnológica adecuada, la conectividad necesaria y con docentes con competencias para desarrollar ambas modalidades manteniendo la calidad académica debida.

El impacto de la educación híbrida sería muy provechoso por sus efectos colaterales en términos del abaratamiento de los costos de mantenimiento de la infraestructura escolar y universitaria, se descongestionarían estas instituciones lo cual permitiría ampliar la oferta de cupos, por lo que se haría más inclusiva la educación; además, se podría disponer de personal docente impartiendo clases desde cualquier parte del mundo.

Pero lo anterior exige de parte de las autoridades educativas, la educación privada y la sociedad civil en general, un acuerdo de Estado sobre las modalidades que deben implementarse en el sistema escolar en todos sus niveles, así como los mecanismos que permitan asegurar la calidad académica a través de procesos consensuados y técnicos de supervisión, seguimiento y evaluación de la educación híbrida como fórmula intermedia o de la educación a distancia como modalidad a implementarse en la educación preuniversitaria y universitaria.

Paradójicamente, y como efecto colateral, la pandemia está indicando el camino a seguir en materia educativa para los próximos años. Un sistema híbrido donde se combinen presencialidad y educación a distancia, pareciera constituirse en modelo a seguir. Sin embargo, para los países pobres esta alternativa tardará más en implementarse dadas las dificultades de conectividad y acceso a la tecnología por parte de la mayoría la población.

América Latina está azotada por la misma tempestad, pero no está bajo el mismo techo

Como en buena parte del planeta, tal como lo expresamos en el apartado anterior, en Latinoamérica se ha recurrido a la cuarentena. Hasta que se demuestre lo contrario, ésta ha sido la prescripción más exitosa para evitar que la curva crezca y se multiplique el número contagiados y fallecidos. De hecho, unos más temprano, otros más tarde, pero al final todos asumieron esta decisión para contrarrestar la cadena de contagio.

Los países de esta parte del mundo no hicieron nada diferente a la tendencia mundial de defensa sanitaria. La prescripción del distanciamiento físico se mostró como una salida inmediata, siendo los recursos tecnológicos los que impidieron el aislamiento y la parálisis total de la sociedad. Se logró por esta vía minimizar las alteraciones de la vida cotidiana y, en particular, de la vida escolar.

Pero cuando colocamos la lupa a la realidad latinoamericana, observamos que la afirmación con la que cerramos el párrafo anterior puede estar signada por algún tipo de ingenuidad que no permita observar que se trata en la realidad de afrontamientos desiguales, y con efectos desiguales, en comparación con otras regiones del mundo. La razón, padecemos los rigores de la misma tempestad, pero no nos guarecemos bajo el mismo techo.

Los países latinoamericanos, con sus desigualdades, presentan problemas similares entre sí derivados de la escasa inversión en materia de cobertura y conectividad, en la disminuida capacidad de adquisición de los hardware por su alto costo y por la faltan de entrenamiento de los docentes en educación a distancia.

Sería necio negar que el acceso a internet ha avanzado en América Latina y el Caribe. Sin embargo, de acuerdo con el informe de la CEPAL (2018) quedan pendientes problemas relacionados con la calidad y equidad en el acceso a Internet. Destaca el informe que las diferencias en el acceso a internet entre las zonas rurales y urbanas, y entre los diferentes quintiles por distribución del ingreso, se ensanchan de manera preocupante.

En el país con mayor brecha entre las áreas urbanas y las rurales, la diferencia en la penetración es de 40 %, siendo el promedio en la región de 27 %. Otro dato interesante de este estudio es que, en términos de ingresos, en algunos países de la región las brechas entre los hogares del quintil más rico en relación con el quintil más pobre llegan hasta 20 puntos porcentuales.

Las mayorías pobres y los que viven alejados de los centros urbanos corren el peligro de excluirse del sistema educativo por no tener acceso a la tecnología o no tener conexión a la señal de internet. Este es un asunto que hay que evaluar de inmediato, porque lo que ha sido la solución para países con cobertura más amplias y con poder adquisitivo de la población suficiente para la obtención de la tecnología mínima se podría estar convirtiendo, para los países más pobres de nuestra región, en una causa adicional para ensanchar la brecha entre los que tienen acceso a la educación y los que no la tienen.

Son efectos colaterales y perversos que se están generando cuando se supone que el uso de las nuevas tecnologías está abriendo un camino para la mayor inclusión. América Latina y El Caribe, así como África, no disponen de un techo tan protector como otros países del mundo.

Venezuela a la orilla de la carretera en materia de educación a distancia

A partir del 16 de septiembre comenzarán nuevamente las clases en todos los niveles educativos del sistema escolar venezolano, según lo afirmado por los ministerios del ramo.

Para la educación preuniversitaria será diferente a otros años. Los muchachos no estrenarán uniformes, zapatos, loncheras, ni morrales nuevos. Se mantendrán en casa debido a las medidas de cuarentena y distanciamiento físico que el Gobierno nacional, al igual que otros gobiernos de la región y del mundo, han impuesto como medida preventiva para evitar el contagio de la COVID-19. En principio, no habría nada que objetar a este mandato.

El Gobierno asumió desde el mes de marzo, a pocos meses para la culminación del año escolar 2019-2020, que la solución en materia educativa estaba a la mano. Sin embargo, más temprano que tarde, el país se percató de que esta era una solución poco eficiente y, por tanto, de imposible cumplimiento o de cumplimiento muy limitado. Algunas razones que respaldan esta afirmación se desarrollan a continuación.

Venezuela es el país que tiene la peor conectividad de América Latina gracias a las políticas de no inversión en el sector. Según la encuesta de Speedtest Global Index, del año 2019, Venezuela ocupaba el lugar 175 de 176 países, con una conectividad de 3,67 Mbps. Solo supera a Turkmenistán, que tiene 2,06 Mbps. La de Colombia, el país fronterizo más parecido a Venezuela por historia y vecindad, es de aproximadamente 19, 7 Mbps.

La cobertura es otra gran carencia. Según el estudio Tendencias Digitales, en 2018 solo 60 % de la población tenía acceso a internet. Se espera que finalizando 2020 este porcentaje sea menor por dos razones. La primera la anunció el prestigioso diario La Prensa del estado Lara. En su edición del 25 de febrero de 2020, señaló que el incremento en la tarifa telefónica y el servicio de internet ABA se dispararon de “975 % y 1.830 % con respecto a los montos precedentes”. Evidentemente que entre el aumento de la tarifa y el pésimo servicio se hará más difícil para la población lograr conectarse o mantenerse el servicio.

En segundo lugar, el costo de los equipos se ha dolarizado, convirtiéndose en inaccesibles para más de 70 % de la población. También los gastos de reparación de equipos ya obsoletos se han elevado considerablemente. Por citar solo un ejemplo, el Smartphone más económico del mercado venezolano cuesta alrededor de 100 dólares, mientras que el sueldo promedio de un maestro de la educación oficial está entre los 3 y los 5 dólares mensuales. Sólo imaginemos las posibilidades de las familias pobres del país quienes reciben en su mayoría perciben salarios de un poco más de 1 dólar por día de trabajo.

Así, con una precaria conectividad, una escasa disponibilidad de equipos, una cobertura de señal limitada y un servicio eléctrico inestable, no se podría afirmar que la educación online será la gran solución para obtener un saldo positivo en materia educativa en esta situación de contingencia.

De mantenerse en estas condiciones de precariedad, si este tipo de enseñanza tuviese que prevalecer en el tiempo, se convertiría en un elemento más para la no inclusión en la educación formal de los sectores más vulnerables de la población venezolana. Los datos correspondientes a 2018 obtenidos a través de la Encuesta ENCOVI son elocuentes. 87 % de los venezolanos están en situación de pobreza y 89 % de ese sector no tiene suficientes ingresos para comprar alimentos.

Así entonces, en los países que no están apertrechados de servicios eléctricos eficientes, conectividad amplia con cobertura en las zonas no urbanas, que no poseen poder adquisitivo para adquirir los dispositivos necesarios ni posibilidad de pagar el servicio telefónico por los desmesurados incrementos, la educación a distancia traerá como consecuencia el ensanchamiento de la brecha educativa, no solo entre pobres y ricos, sino entre quienes tienen y no tienen acceso a internet, con independencia de  condición social.

La igualdad de oportunidades, un concepto tan caro a la democracia quedará desdibujado como consecuencia de un movimiento paradójicamente dialéctico. Lo que ha constituido una solución de inclusión y modernidad en buena parte del mundo, se está convirtiendo en una causa de mayor exclusión y retraso para los países más pobres de América Latina y África.

Un nuevo reto para los docentes de la era digital: enseñar herramientas para combatir las fake news

La era digital desburocratizó la información. Antes del vertiginoso desarrollo de las tecnologías la información que se diseminaba por el planeta era administrada, en su gran mayoría, por las agencias nacionales e internacionales de noticias. En estas empresas informativas funcionaban de alguna manera filtros y vigilancias editoriales que minimizaban la difusión de noticias tergiversadas o de falsas noticias. Aunque siempre hemos estado expuestos a ellas, este control editorial previo, resguardaba en lo posible su difusión masiva e incontrolada.

Por supuesto, estos filtros no garantizaban del todo la imparcialidad de los medios de comunicación. Los sesgos generados por la política informativa o editorial del medio, privilegiaba determinados hechos por sobre otros, o las interpretaciones ante los mismos obedecían a determinados intereses corporativos. De igual manera siempre han existido los medios amarillistas con frecuencia propensos a demandas por parte de particulares por el indebido tratamiento a la noticia.

Al final del día, en ese contexto de fluidez de noticias mediadas por las agencias y medios internacionales, el público estaba más expuesto a las interpretaciones sesgadas de los hechos noticiosos que a las falsas noticias. La respuesta siempre fue cambiar de medio informativo. Ese era el castigo de la opinión pública. Por supuesto, se trataba siempre de una respuesta individual que no hacía tanta mella en las líneas editoriales.

Las nuevas tecnologías cambiaron la escenografía. El tradicional paradigma que se sostenía en comunicadores de noticias y consumidores pasivos, cambió radicalmente.  En el nuevo contexto el monopolio de la información no está en manos de las agencias periodísticas. Las redes sociales hicieron del ciudadano común un emisor de noticias.

La diferencia con el paradigma tradicional es que ahora ese enorme caudal de información llega al mundo sin filtro alguno, por lo que estamos expuestos a consumirlas, o peor aún, a servir de caja de resonancia de informaciones tendenciosas o francamente falsas o fake news. La gran pregunta es ¿qué tipo de incidencia tiene esto en la educación hoy día?

Veamos, la posibilidad de tener acceso a la información fuera de las cuatro paredes de las bibliotecas es lo que hace viable la educación a distancia como alternativa para superar la imposibilidad de la presencialidad. Sin embargo, si bien los avances que colocan a la mano de los consumidores de información facilitan la tarea de estudiantes y profesores, existen algunos aspectos que no se deben descuidar.

Con independencia de la pandemia, pero potenciado por ella, la educación se está basando más en la información que circula por las redes a través de innumerables páginas que brindan contenidos vinculados con los que exigen los programas y diseños curriculares de todos los niveles educativos.

El conocimiento ya no se encuentra envasado, como en otrora, en libros y textos. Ahora se encuentra alojado en el ciberespacio de manera dispersa y, muchas veces, sin aval institucional que respalde académicamente la calidad de la misma. Con solo colocar una dirección adecuada se tendrá acceso a este tipo de información de una manera rápida y oportuna.

Por otra parte, los estudiantes también están expuestos a las fake news. Pero debo aclarar que no me refiero exclusivamente a la acepción periodística de falsas noticias. Si bien es cierto que los estudiantes, al igual que el resto de la población, han estado expuestos a ellas, por ser usuarios de las redes sociales, también están expuestos a una variante de ese fenómeno, me refiero específicamente a la avalancha de contenidos de índole “educativo” que no reúnen los requisitos de calidad que exigen los usos y exigencias académicas.

Hay una diferencia entre ambos contenidos que es necesario aclarar. Las falsas noticias, en su mayoría, son producto de actuaciones dolosas por parte de quienes las generan. Siempre tienen la intención de confundir, crear alarma o generar falsas expectativas en la población.

En cambio, los contenidos académicos poco rigurosos, no actualizados o definitivamente erróneos, son expuestos en el ciberespacio por autores que no tienen pericia en el dominio del contenido y circulan con total libertad por la no existencia de control sobre sus contenidos. El asunto es que los usuarios de tales contenidos son los estudiantes que no cuentan con suficiente criterio o información para evaluarlos críticamente y desecharlos eventualmente.

Este panorama exige de los docentes una misión pedagógica adicional, a saber, el desarrollar en ellos y en los estudiantes una competencia tecnológica que vaya más allá del uso eficiente de la tecnología. De lo que se trataría es de construir una cultura digital que los haga usuarios inteligentes y no meros consumidores de contenidos con validez aparente por el solo hecho de estar “colgados” en páginas bien diseñadas.

La ya no tan joven consigna “educar para el uso de los medios” hoy día cobra más vigencia. La pandemia no nos ha dejado alternativa, hay que recurrir a la educación a distancia y enfrentarse sabiamente a la avalancha de informaciones de todo tipo que circulan por las redes sociales, páginas web y repositorios. Enseñar a discernir a los usuarios para identificar y valorar contenidos confiables o de calidad es la nueva tarea de los docentes de la era digital.

0 Shares:
Te podría interesar