Desinformación y COVID-19: una dupla fatal

 La pandemia provocada por el coronavirus ha venido causando estragos a nivel mundial. Aunque, ciertamente, algunos países y regiones particularmente han sido más afectados que otros, el impacto global es desastroso. Más de dos millones quinientas mil víctimas fatales así nos lo indican hasta ahora.

En paralelo, este fenómeno que comenzó a masificarse a principios de 2020 dejó desnudos los sistemas de salud, inclusive, de países altamente desarrollados que titubearon demasiado en la forma inicial de combatir lo que la OMS (Organización Mundial de la Salud) catalogó, a partir del 11 de marzo, como una pandemia, por la rápida propagación de carácter internacional.

  Ante el avance del coronavirus, diferentes centros de investigación alrededor del mundo iniciaron una carrera contrarreloj para hallar, lo más pronto posible, la vacuna que permitiera dar al traste, de la manera más eficaz, con la pandemia. Se desarrollaron esfuerzos importantes en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Israel, Rusia, China, India, entre otros, para alcanzar ese objetivo. Los primeros en lograrlo fueron los británicos junto con los norteamericanos, rusos y chinos.

A partir de allí, contrario a lo esperado por razones humanitarias, se comenzó un proceso que mezcló la geopolítica con la economía y la medicina en un marco de desinformación que pretendía desacreditar las vacunas de Occidente, en primer lugar, con la exacerbación de algunas fallas previsibles en fases de experimentación de las mismas. Casi inmediatamente, también se sembró la duda hacia las vacunas Sputnik V de Rusia y la Sinopharm de China, usando informaciones que apuntalarían la desconfianza en ellas.

Esta guerra de desinformación usada para sacar el mayor provecho posible en términos de prestigio y avance geopolítico global, pero también con un trasfondo económico que garantizaría los mayores ingresos por producción y distribución de vacunas, contrasta abiertamente con la necesidad de unificar esfuerzos de todos los países y centros de investigación para avanzar más rápidamente en detener la pandemia.

No se entiende cómo el poder usa la desinformación aún en el marco de una amenaza para toda la humanidad, en función de intereses minúsculos o particulares. Con esta guerra de desinformación, inclusive, muchas personas alrededor del mundo adoptaron una postura de rebeldía a vacunarse por el temor que suscitaron las diferentes informaciones que intentaron descreditar a las vacunas.

Esta es una consecuencia generada a partir de un acto de irresponsabilidad que privilegia el poder por encima de la gente común y corriente y los más vulnerables a la pandemia. Tanto así que, según un estudio de opinión pública reciente, más de cuarenta por ciento de los estadounidenses se han vuelto reacios a la aplicación de las vacunas.

 En ese sentido, urge combatir la desinformación sobre las diferentes vacunas que existen ya en el mercado, fenómeno éste impulsado por los propios laboratorios que desarrollaron las investigaciones en diferentes partes del mundo.

En un artículo publicado por la periodista Sheera Frenkel para The New York Times en febrero pasado ésta señalaba que: “Las comunidades negras e hispanas, que han sido las más afectadas por la pandemia y cuyas tasas de vacunación son más lentas que las de las personas blancas, confrontan las teorías conspirativas sobre las vacunas, rumores y reportes noticiosos engañosos en redes sociales como Facebook, Instagram, YouTube y Twitter, así como en aplicaciones de mensajería privada, dijeron las autoridades de salud e investigadores de desinformación”.

Este dato, como muchos otros que se han venido presentando en los procesos de vacunación llevados a cabo en diferentes países, nos muestran los impactos negativos que arrastra la desinformación promovida articuladamente para afectar a las vacunas de la competencia. Al final, todos caen en la misma trampa perjudicando a los más vulnerables.

 Es mucho más fácil hacer circular las teorías conspirativas que exacerban cualquier detalle que siembre la duda y descalifique, que leer los artículos científicos que demuestren la viabilidad de las vacunas a partir de investigaciones estructuradas.

Un particular ejemplo de esto lo hemos vivido en Venezuela con el rechazo que ha dado públicamente Nicolás Maduro a las vacunas de AstraZeneca, asignadas al país por el mecanismo Covax, con un trasfondo netamente geopolítico e ideológico para mantener una alineación con el eje Beijing-Moscú, en desmedro de Occidente y de una población totalmente vulnerable por las condiciones económicas y el bajo porcentaje, hasta ahora, de inyecciones colocadas; no obstante países aliados como Argentina, México y Bolivia, que las están usando sin ninguna objeción de por medio.

En conclusión pudiéramos decir que la pandemia mata y la desinformación, lamentablemente, también.

0 Shares:
Te podría interesar