Desinformación no es sinónimo de Fake News

En los últimos años ha emergido con fuerza la preocupación en torno a la verdad, la veracidad, las fake news, las campañas de desinformación y el surgimiento de post verdades. Se ha visto como, más por razones políticas y editoriales que terminológicas, se emplean términos para atacar a factores críticos, o para hacer frente a mecanismos de manipulación de la opinión pública.

Periodistas y ciudadanos en general se han preguntado si habría que evitar el anglicismo fake news. En su texto #FakeYou, Fake News y Desinformación (2019), la investigadora, reportera y docente italiana, Simona Levi, considera que fake news podría ser estimado por algunos como un término insuficiente, que además podría desatar confusión, debido a que actores políticos se han dado la tarea de desligitimar informaciones veraces, críticas o incómodas al tildarlas de fake news.

Desde la coordinación del Observatorio Venezolano de Fake News ha sido visible la poca capacidad del término “fake news” para soportar la carga significativa que se le atribuye, pero también he notado como algunos comunicadores han preferido utilizar el término desinformación para intentar sustituir al de fake news, solapando los términos, más por política editorial que por correcta etimología.

De acuerdo con una investigación publicada en marzo de 2018 en la revista Science, por David Lazer, Matthew Baum y catorce coautores de diversas ramas que incluían psicología y periodismo, entre otras, las fake news pueden definirse como “información fabricada que imita noticias y contenidos de medios de comunicación social en cuanto a su forma, pero no en su proceso organizativo o intención”.

En procura de dar mayor amplitud a este fenómeno de imitación morfológica de estética de mensajes en la sociedad del conocimiento, sean noticias, comunicados o actos del habla, he propuesto el empleo de la expresión contenidos falseados, en un artículo previo, definiéndolos como contenidos con distorsiones de lo real, a través del empleo de estrategias de propaganda, manejo parcial de la verdad, uso de pseudociencia, descontextualización, usurpación de identidad, o errático manejo y/o tratamiento de información sensible.

Pero volteemos ahora la mirada al término desinformación. Levi (2019, p. 21) aclara que incluye no solo información falsa, sino también “la elaboración de información manipulada que se combina con hechos o prácticas que van mucho más allá de cualquier cosa que se parezca a noticias, como cuentas automáticas (bots), videos modificados o publicidad encubierta y dirigida”.

Si un término no tiene la misma dimensión constitutiva de elementos que otro, no son sinónimos. La Real Academia Española define desinformar como “dar información intencionalmente manipulada, al servicio de ciertos fines” y “dar información insuficiente u omitirla”. Es decir, no solo refiere formas de emitir, también alude a “omitir” o a dar “información insuficiente”, para lo cual bien podría aplicarse tácticas de censura –previa o posterior-, impedir el acceso a la información pública, entre otras estratagemas.

Una estrategia de desinformación podría contener, como una de sus tácticas de emisión de mensajes, el uso de fake news, pero también incluir mentiras en el discurso público, a través de la orquestación y alineación de propaganda de determinados voceros. Pero más allá, la desinformación incluye los silencios, las omisiones, el sacar provecho a la ventaja posicional de ciertos actores en el poder para evadir la rendición de cuentas de la cosa pública en materia económica, de salud pública, entre muchas otras materias.

Desinformar, entonces, abarca más actos que crear fake news, aunque podría incluir su creación y proliferación como táctica.

¿Qué ocurre cuando, por manejo errático de información sensible, se falsea el contenido de manera orgánica, no atribuible a un laboratorio de desinformación? Según Romero (2014), investigadores estadounidenses y franceses han separado la desinformación culposa o por error (missinformation, mésinformation) de la que se presenta con premeditación y dolo (disinformation, désinformation), con lo que han delimitado dos campos de estudio distintos, cuya diferencia se basa en la preterintencionalidad del agente desinformante.

Romero (2014) reconoce que en la no inclusión de lo errático y no intencional en el término se deja por fuera elementos desinformativos, apelando a la voluntariedad y no a los efectos. Pero, ¿qué pasa por la mente del receptor que desconoce el engaño? ¿La intención del emisor es legible en el contenido, como para proteger al receptor de los efectos del mensaje en su percepción?

Levy (2019) encuentra que la separación de lo no intencional de lo premeditado podría ser acomodaticia en función de escudar a quienes, sin quererlo, generan un contenido falseado sin premeditación. Con un concepto que los excluye por no desear manipular, señala la autora, se les aparta de un problema del cual forman parte importante. Señala que la desinformación incluye también información inexacta, como resultado no solo de algo premeditado, sino también de la inercia y la mala praxis.

La desinformación, estratégica u orgánica, tiene en los “fake news” evidencias cuantificables de la disminución de la calidad informativa de una sociedad. Un ciudadano puede viralizar un mensaje que distorsiona la realidad, pensando que es cierto, sin descubrir si tuvo o no la intención de alterar el sistema de creencias de otros.

El comunicador puede estar deontológicamente apegado a la verdad, a través de la veracidad. No obstante, un tratamiento informativo poco crítico, puede dejar pasar como cierta una declaración de un vocero que sigue un guion de desinformación y extenderse, sin intención anti ética del periodista, un mensaje que falsea la realidad. Por otra parte, si en la aplicación de una investigación profunda desmiente tal falsedad, puede ser acusado de crear “fake news”, en la defensa deformante del término, que emprende comúnmente un vocero gubernamental adverso a la libre circulación de información veraz.

Tal uso político no debe ir en desmedro de la terminología, ni obligar a ser prudente en el uso de las palabras, con la excusa de no querer complacer la narrativa censuradora de algunos sectores. La desinformación puede ser representada como un triángulo de opacidad, censura y manipulación. Puede que los fake news sean parte de la hipotenusa del triángulo, pero en modo alguno sustituye la complejidad de esta forma geométrica de tres puntos.

Olvidan los que apelan al término desinformación para evadir el uso de fake news, que originalmente desinformación fue acuñado a principios del siglo XX por el régimen ruso, para referirse a las acciones destinadas a impedir la consolidación del régimen comunista en Moscú. De allí, su acepción posterior, en 1944, en el Diccionario de la Lengua Rusa, editado en 1949, que definía la desinformación como “la acción de inducir al error por medio de informaciones mentirosas”; nótese el aspecto ideológico, pues también incluía la acepción “la desinformación de la opinión pública llevada a cabo en los países capitalistas”. En 1952, en la Gran Enciclopedia Soviética se le consideró “la distorsión que los Estados Unidos ejercían sobre la opinión pública mundial, a través de su enorme potencial informativo” (Rodríguez Andrés, citando a Jaqcuard, 1958).

Fue a fines de la década de los 50 cuando los propios rusos, a través de su KGB, establecerían oficinas de desinformación, aspectos que emularon en los años 60 otras naciones, como Alemania oriental, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Bulgaria, para ese entonces, de corriente socialista. Se le consideró un instrumento para condicionar a los individuos.

Infografía

REFERENCIAS

Diccionario de la Real Academia Española. Disponible en https://dle.rae.es/desinformar?m=30_2. Consulta realizada el 15 de enero de 2020.

HERNÁNDEZ, León. (2019) Más allá de las Fake News, los contenidos falseados como componentes de la desinformación en Venezuela. Documento en Línea, disponible en https://www.medianalisis.org/mas-alla-de-las-fake-news/

LEVI, S. (2019). #FakeYou, Fake News y Desinformación. Rayo Verde Editorial. 2019.

RODRÍGUEZ, A. (2017) Fundamentos y concepto de desinformación como práctica manipuladora en la comunicación política y las relaciones institucionales. Editorial Complutense. Documento en Línea, disponible en https://revistas.ucm.es/index.php/HICS/article/view/59843

ROMERO, L. (2014) Pragmática de la desinformación : estratagemas e incidencia de la calidad informativa de los medios. Universidad de Huelva. [Documento disponible en línea en file:///C:/Users/win10prueba/Downloads/332570539-Pragmatica-de-La-Desinformacion.pdf]

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